lunes, 8 de febrero de 2016
CAPITULO 30 (TERCERA PARTE)
Al día siguiente, Pedro mandó a su chófer a recoger a Paula al apartamento. Iba a almorzar con él y con Belen en el hotel Bentley donde Belen ahora trabajaba. Al haber conocido a sus amigos la noche anterior, ahora ya no estaba nerviosa por conocer a su hermana, aunque tenía que admitir que sentía bastante curiosidad por la otra mujer.
Pedro le había contado que hasta hacía poco Belen había jugado el papel de hija cabrona obediente, poniéndose del lado de su familia a la hora de mostrar su desdén y desprecio contra él. Pero que había acudido a él al borde de las lágrimas porque quería huir de ellos.
Había que ser fuerte para enfrentarse a esa clase de familia —y madre— que Pedro describía.
Especialmente después de treinta años y de un matrimonio que su madre le había obligado a contraer.
Pedro estaba esperando fuera cuando el coche llegó. Le abrió la puerta y le extendió la mano para ayudar a Paula a salir del vehículo. Deslizó un brazo alrededor de su cintura y la mantuvo bien apretada contra su costado mientras entraban en el restaurante.
Los guiaron hasta la misma mesa donde ella y Pedro habían comido esa primera noche, y una mujer ya estaba sentada en ella. Paula se fijó en todos los detalles desde la distancia para no quedársela mirando fijamente una vez llegaran a la mesa.
Se veía claramente el parecido. Belen tenía el mismo pelo rubio con diferentes tonalidades que Pedro. También tenía los mismos ojos verdes que Pedro y la forma de sus rostros era muy similar.
Cuando se acercaron, Belen levantó la mirada y una sonrisa amplia y amable se dibujó en sus labios. Paula juraría que vio alivio en la expresión de la otra mujer. A lo mejor había estado preocupada por que Pedro no viniera.
Y cuando sonrió, Paula pudo ver lo increíblemente guapa que era. Aunque bueno, Pedro era un hombre guapo. Belen parecía más su equivalente femenino. No tenía los rasgos fuertes de él, y le faltaba la mirada intensa que Pedro llevaba siempre, su expresión, la forma en que se movía.
A pesar de lo malos o locos que fueran sus padres, estaba claro que les habían dado los genes de la belleza.
Belen se puso de pie, pero se quedó quieta, como si estuviera esperando a ver cómo la saludaba Pedro. Su hermano rodeó la mesa y envolvió a su hermana en un gran abrazo. La besó en la mejilla y luego la cogió de la mano antes de darle un firme y cálido apretón. La reacción de Belen fue dulce.
Se quedó mirando a Pedro tal y como la mayoría de las hermanas miraban a sus hermanos mayores cuando habían hecho algo increíble y amable por sus hermanas pequeñas.
Lo miraba como si le hubiera regalado la luna.
—Belu, te presento a Paula. Paula, esta es mi hermana, Belen.
—Hola, Paula —dijo Belen con una voz refinada que gritaba dinero y alta sociedad.
Pero no había pretensión en ella. Cogió la mano de Paula con amabilidad y luego, para sorpresa de Paula, la abrazó y la besó en la mejilla.
—Hola, Belen. Me alegro mucho de conocerte por fin. Pedro me ha hablado mucho de ti.
Al decirle eso, su emoción pareció disminuir, y sus ojos se nublaron de preocupación.
—Todo bueno —se apresuró a añadir Paula, lamentando haber metido la pata ya—. Me contó que te está yendo muy bien aquí en el trabajo. Alardeó de ti diciendo que terminarías dirigiendo todo el hotel antes de que nos diéramos cuenta.
Belen sonrió y se relajó. Pedro guio a ambas mujeres a sus asientos y luego le hizo un gesto al camarero.
—Estoy disfrutando mucho —dijo Belen una vez el camarero hubo anotado sus bebidas—. Es genial ser… útil. Estoy recordando lo lista que soy. Me ha llevado bastante porque,
desafortunadamente, me acostumbré a ser estúpida con el paso de los años.
Pedro sacudió la cabeza.
—No seas tan dura contigo misma, Belu. Poco a poco. Roma no se construyó en un día.
Paula se rio al escuchar el antiguo dicho.
—Tiene razón. Yo también he cometido algunos errores estúpidos, pero ya he dejado de torturarme por ellos.
Pedro le dio un apretón a su mano por debajo de la mesa, pero luego la sorprendió levantándola por encima de la mesa y llevándosela hasta la boca para depositar un beso en su palma.
—Me alegro de escuchar eso, nena. Ya era hora.
Belen miró inquisitivamente a Pedro y a Paula y luego abrió los ojos como platos antes de que una enorme sonrisa iluminara su rostro entero.
Paula supuso que era bastante evidente que ella y Pedro parecían ser algo más que una simple cita.
Pedro había dejado claro que Paula era alguien importante para él. ¿Por qué si no iba a traerla para almorzar con su hermana?
—¿Te está dando la lata mamá, Belu? —preguntó Pedro.
Belen hizo una mueca y luego le dio un largo sorbo al vino que el camarero había servido.
—Vino esa vez que te comenté. Después de eso, recurrió a llamarme todos los días. Yo ignoro las llamadas y dejo que se desvíen al buzón de voz. Me llamó al trabajo una vez, y le paré los pies. No me ha dicho nada desde entonces.
Pedro asintió con aprobación.
—Bien. Poco a poco. Tarde o temprano se dará cuenta de que no puede volver a manipularte y se buscará otro objetivo.
—¿Como hizo contigo? —señaló Belen con un resoplido.
—Bueno, a lo mejor no —comentó Pedro con arrepentimiento—. Pero tú encontrarás la forma de manejarla y cuando pase un tiempo ya no te molestará tanto como antes.
—Te envidio —dijo Belen—. Sé que ya te lo he dicho, pero daría lo que fuera por tener la misma confianza que tú tienes en ti.
El tono melancólico de su voz hizo que Paula se compadeciera de ella, pero se quedó callada porque no quería interrumpir su conversación.
El camarero volvió y tomó nota de la comanda. Luego Pedro se recostó y alargó la mano hacia Paula.
Ella se deslizó junto a él hasta pegar una silla con la otra, y él le pasó el brazo por encima del hombro mientras continuaba su conversación con Belen.
—¿Cuánto tiempo lleváis saliendo? —preguntó Belen.
Paula se puso tensa, su boca parecía incapaz de funcionar.
¿Qué podía decir? No estaban saliendo.
Difícilmente se podría llamar así a lo que estaban haciendo.
Esa etapa se la habían saltado. Y, sin saber por qué, decir que estaban saliendo sonaba muy… soso. No definía para nada la intensidad que existía en su relación.
—Paula y yo llevamos juntos un tiempo —dijo Pedro con facilidad.
—Oh, eso es bueno. Se os ve muy bien juntos. Cuéntame más de ti, Paula. ¿En qué trabajas?
Aparentemente, Pedro no le había hablado de Paula a Belen. Paula se relamió los labios sintiéndose de repente cohibida ante su hermana. A pesar de la claridad con la que Pedro le hubiera explicado todas las dificultades que Belen había tenido que soportar en su vida, la mujer seguía viniendo de una familia de dinero. De un mundo al que Paula no pertenecía. Ella había tenido un marido y familia ricos.
Dios, su hermano Pedro tenía más dinero que todos juntos.
—Soy artista —dijo Paula con voz ronca—. También diseño joyas, pero mayormente pinto.
Belen abrió los ojos como platos, pero Paula no estaba segura de si era de sorpresa, de juicio o qué. Los pelos de la nuca se le erizaron y sintió inmediatamente cómo se ponía a la defensiva.
—Me gustaría ver tus cuadros algún día —dijo Belen.
—Estoy seguro de que eso se puede arreglar —dijo Pedro—. Ahora mismo está ocupada trabajando en algo para mí, y tiene a un cliente que le compra todo lo que pinta, así que está bastante centrada en eso ahora mismo.
—¡Parece irte muy bien! —exclamó Belen con entusiasmo.
Paula agachó la cabeza.
—Bueno, sí, supongo que sí. Es algo bastante reciente, así que aún me cuesta pensar en mí de esa forma. Alguien entró en la galería donde exponía mis cuadros y los compró todos además de pedir más. No tengo ni idea de lo que estará haciendo con ellos. No he oído nada de que estén haciendo una exposición privada. A lo mejor es para una colección privada que no verá nadie nunca.
—Aun así, debes estar loca de contenta. Me encantaría ser así de independiente —comentó Belen con tristeza.
—Estoy contenta —dijo Paula—. Significa mucho para mí poder mantenerme sobre mis dos pies yo sola, sin nadie que me ayude. Belen asintió; sus ojos brillaban con comprensión.
Pedro se tensó a su lado y sus labios formaron una línea firme. ¿Había dicho algo que lo hubiera molestado?
Seguramente no podía culparla por gustarle poder mantenerse ella sola. Eso no interfería en su relación con él en nada. Pero le daba la confianza necesaria para permanecer con él como su sumisa, porque sabía que no era por obligación. No tenía que depender de él económicamente. Y eso era importante. Le daba mucho más poder de elegir estar con él que simplemente no tener otra opción.
Su comida vino, y eso rompió el tema actual de conversación. Durante un rato, se dedicaron solamente a comer y el silencio se instaló en la mesa.
Belen alzó la mirada y abrió la boca para, obviamente, decir algo. Pero luego sus ojos destellaron y cerró la boca de golpe.
—Mierda —murmuró.
Pedro frunció el ceño y comenzó a darse la vuelta para mirar a lo que Belen estaba mirando, pero antes de poder llegar a concluir la acción, una mujer andando con pasos largos apareció de la nada junto a la mesa entre Pedro y Belen.
Sin que nadie tuviera que decirle nada, Paula supuso que la mujer tenía que ser su madre. También se veía claro que era a ella a quien habían salido los hijos físicamente. Tenía el pelo largo y rubio,. seguramente teñido para cubrir las canas, ya que Paula no pudo detectar ninguna muestra de su verdadera edad, al menos no mirando únicamente esa melena de cabello sano y brillante.
De hecho, no tenía ni una sola arruga cubriéndole el rostro.
No había indicio ninguno de su edad.
Su piel era suave y no tenía manchas. Sus uñas tenían hecha una manicura perfecta, y de sus dedos y muñecas colgaban joyas caras.
—Joder —murmuró Pedro.
Su madre le envió una mirada asesina que hubiera matado a cualquier otro hombre.
—Vigila esa lengua —espetó—. No hay razón para ser vulgar.
—¿Qué narices estás haciendo aquí? En mi hotel —soltó él con mordacidad.
El hincapié que hizo en aclarar que era su hotel no le pasó desapercibido ni a Paula ni a su madre.
Sus ojos destellaron de ira y atravesó a Pedro con la mirada.
Luego giró su mirada hacia Belen.
Paula solo se alegraba de que por ahora la mujer la estuviera ignorando.
—¿Cuándo vas a dejar de jugar a este estúpido juego? —exigió.
El color comenzó a florecer en las mejillas de Belen. A pesar de lo que hubiera dicho sobre haber manejado a su madre antes, era evidente que aún no era una digna rival para ella.
—Y tú —dijo abordando a Pedro y señalándolo con un dedo de modo acusatorio—. Sé lo que estás haciendo y no va a funcionar.
Su voz sonó como el hielo, y la frialdad en sus palabras hizo que a Paula le entrara un escalofrío.
Estos eran sus hijos y aun así los trataba como si fueran personas a las que odiara.
—¿Y qué es eso que estoy haciendo? Por favor, dímelo —replicó Pedro arrastrando las palabras.
No había movido el brazo de Paula, pero sí que se había tensado alrededor de sus hombros. Paula podía sentir cómo sus dedos se le hincaban en el brazo, pero no hizo nada para remediarlo. Dudaba de que él siquiera supiera lo fuerte que la tenía agarrada. Era el único indicio de que la visita inesperada de su madre lo afectaba.
Por mucho que dijera de su madre, aún le dolía que fuera tan… maliciosa.
Su madre entrecerró los ojos; destilaba ira por esos iris verdes que compartía con sus hijos.
—Usar a Belen para vengarte de mí por cualquier menosprecio que te hayas imaginado de mí. De verdad, Pedro. ¿Ponerla a trabajar en un hotel? ¿Cuán vulgar y común es eso? ¿Te estás riendo a gusto viéndola trabajar? ¿Te hace feliz saber lo que eso me hace sentir a mí?
Pedro salió disparado hacia delante con una expresión seria en el rostro y los ojos brillando de indignación. Belen le dedicó una mirada preocupada a Paula, pero al menos no reflejaba dolor. No se había creído la acusación de su madre. Paula le devolvió una mirada de compasión y apoyo para hacerle saber que ella tampoco se tragaba aquello.
—Me importa una mierda cómo te haga sentir —dijo Pedro rechinando los dientes—. Todo lo que me preocupa es cómo se sienta Belen. Pero no me tomes la palabra, querida madre. Pregúntale a ella tú misma. Pregúntale si se siente como si estuviera burlándome de ella al haberle dado un trabajo de verdad donde se gana un salario de verdad por hacer un trabajo de verdad.
Su madre no desvió su atención hacia Belen en ningún momento, pero Belen igualmente habló con una voz neutra y sincera.
—Yo le pedí un trabajo. Él me dio lo que yo le pedí. Ahora vete, madre, por favor. Estás montando un espectáculo, y eso es algo que siempre has odiado.
Salieron chispas de los ojos de la mujer más adulta y Paula se sorprendió de que no estuviera echando humo por las orejas. Y entonces su mirada recayó sobre Paula, casi como si estuviera buscando una víctima nueva. Paula se removió incómoda bajo su escrutinio pero rehusó reaccionar.
Mantuvo la expresión serena y calmada.
—¿Esta es tu última puta, Pedro? ¿Cómo te atreves a traer a mi hija a almorzar contigo y con tu última furcia?
Belen ahogó un grito y se puso roja como un tomate. El pavor se reflejó en sus ojos mientras miraba a Pedro fijamente.
Pedro se levantó y el repiqueteo de la silla al arrastrarla se oyó con estrépito. Luego les hizo un gesto a los guardias de seguridad que ya estaban merodeando por fuera del restaurante.
—Escoltadla hasta fuera —dijo con un tono frígido—. Y, además, tiene terminantemente prohibido volver a entrar en las instalaciones de cualquiera de mis propiedades. Echadle una foto y distribuidla junto con su nombre. La persona que la deje volver a entrar será despedida inmediatamente.
El rostro de su madre empalideció de la sorpresa. Luego el color rojo la invadió y la vergüenza se apoderó de ella. Miró a la derecha y luego a la izquierda, conmocionada cuando vio a un guardia de seguridad a cada lado.
—Fuera —dijo Pedro pronunciando cada letra—. Mantente alejada de Belen y mantente alejada de mí. Y, por tu bien, también de Paula. Ella será mi esposa y la madre de mis hijos. No permitiré que se le falte el respeto. Nunca. Ahora apártate de una vez de mi vista. Y diles a mi querido padre y al abuelo que Belen y yo no queremos saber nada. No tenemos ningún deseo de formar parte de esta familia.
—Pedro, espera —suplicó su madre—. Tengo que hablar contigo. Por favor. Siempre dejo que mi genio saque lo mejor de mí, pero hoy vine para hablar contigo. Ni siquiera sabía que Belen estaría aquí. Me pilló desprevenida. Pero tengo que hablar contigo sobre algo.
—No me importa una mierda —dijo Pedro con frialdad—. No tengo ningún interés en escuchar lo que tengas que decir.
Paula se quedó ahí sentada, atónita ante lo que Pedro acababa de decir. ¿Su mujer? ¿La madre de sus
hijos? Santo dios, ¡eso era dar un paso gigantesco! Se conocían de muy poco tiempo. No le había dicho nada de matrimonio ni bebés. No es que ella tuviera nada en contra de todo eso, pero ¿no debería al menos habérselo mencionado a ella antes de soltar la bomba en un restaurante lleno de gente?
Su madre se relamió los labios mientras los guardias de seguridad se acercaban peligrosamente.
—Tengo que hablar contigo, Pedro. Es importante. Es sobre el abuelo.
—No me vas a manipular como manipulas a todos los demás en tu vida. No tengo ningún interés en ti ni en el viejo. Mira a tu alrededor, madre. No te necesito. No lo necesito a él. He conseguido todo este éxito sin ninguno de vosotros. Y a lo mejor esa es la principal razón por la que me desprecias tanto.
Ella se puso pálida, pero la ira resplandeció en sus ojos. A Paula le dolía el corazón por Pedro. A pesar de lo mucho que se hubiera insensibilizado con su familia, ¡esta era su madre! Todo el mundo necesitaba a una madre. No se imaginaba cómo tendría que hacerle sentir saber que su propia madre lo despreciaba.
Paula levantó la mano sin saber si debía hacerlo o no y enroscó sus dedos alrededor de la mano de Pedro antes de ponerse de pie junto a él. Pero él se movió, así que no es que estuviera exactamente a su lado, si no detrás de él, arrimada contra su costado. La estaba protegiendo del mal juicio y del veneno de su madre incluso ahora. Paula solo quería que supiera que estaba aquí, con él. A su lado.
Siempre.
Puede que él fuera muy protector con ella, pero ella también lo protegería a él de todo lo que pudiera.
—Acompañadla hasta fuera —le dijo Pedro a los dos guardias de seguridad.
—Sé salir yo solita —replicó exacerbada, apartando la mano de uno de los guardias.
—No me cabe ninguna duda. Pero dejar que te vayas sola me privaría del placer de hacer que te echen —soltó Pedro.
Asintió en dirección a los dos guardias de seguridad y ellos agarraron a su madre por los brazos, uno a cada lado, y comenzaron a alejarla de allí.
Sus alaridos de indignación llenaron el ambiente. Paula se encogió de vergüenza porque todos los ojos en el restaurante estaban puestos en ellos. Incluso había visto unos cuantos flashes de cámaras.
No tenía ninguna duda de que el incidente de hoy aparecería por toda la prensa amarilla. Pedro era uno de los hombres más ricos de la ciudad. Venía de una familia de dinero, de gente con contactos en la alta sociedad. Su abuelo era una figura bien conocida en la política, así que no cabía ninguna duda de que los periódicos se matarían entre ellos para informar del distanciamiento entre Pedro y su madre.
¿Y si Martin lo veía? ¿Intentaría causarle problemas una vez supiera quién era Pedro en realidad?
Más flashes, esta vez mucho más cerca. Paula se encogió y se apartó al mismo tiempo que se cubría la cabeza con una mano. Pedro la escondió más detrás de él y movió la mano con rapidez en dirección a las personas que estaban tomando fotos. En cuestión de un momento, más guardias de seguridad aparecieron y pararon con efectividad la espontánea sesión de fotos.
Paula se hundió en su silla. Belen parecía estar completamente conmocionada. Estaba pálida y parecía avergonzada mientras se combaba contra el respaldo de su silla. A Paula se le rompió el corazón de solo mirarla.
—Voy a tener una noche de chicas el miércoles por la noche —dijo Paula como si nada—. Deberías venir también. Será divertido.
Belen parpadeó, sorprendida, y se la quedó mirando fijamente.
Junto a Paula, Pedro había vuelto a tomar asiento en la mesa. Luego entrelazó sus dedos con los de ella y le dio un leve apretón mientras esta emitía su invitación. Ella le echó una mirada a Pedro y vio aprobación —y aprecio— reflejados en sus ojos. Paula le sonrió alentadoramente, como si dijera que todo iba a ir bien.
—No sé —comenzó Belen.
—Deberías ir, Belu. Paula va a salir con Melisa y Vanesa y las chicas. Ya has conocido a Vanesa.
Son buenas chicas. Te gustarán. No hay mejores mujeres que ellas en ningún otro sitio —dijo Pedro.
Las mejillas de Belen se volvieron de color rosa pero la felicidad estalló en sus ojos.
—Me encantaría, Paula. Gracias. Dime dónde y cuándo.
Paula levantó la mirada hasta Pedro porque no sabía ni el dónde ni el cuándo. Solo que iba a salir el miércoles por la noche y que tanto ella como Pedro iban a ir a comprar un vestido y unos zapatos tras el almuerzo con Belen.
—Mandaré un coche para que te recoja —prometió Pedro—. Pero te lo advierto, estas mujeres se toman sus salidas muy en serio. Necesitarás un vestido sexi y unos tacones de esos para morirse. Ese es el código de vestimenta, o eso me han informado.
Belen se rio.
—Bueno, tengo muchos de esos. Gracias a Dios que podré seguir usándolos. Le eché un ojo a mi armario el otro día y pensé que ya no necesitaría ponérmelos nunca más.
Pedro sonrió a su hermana.
—Estate lista para las siete. Le toca a Juan hacer de chófer así que estará libre. Le diré que te recoja y te lleve de vuelta a casa cuando acabéis.
Sus ojos brillaron de emoción. En ese momento, Paula se alegró de haberla invitado de esa forma tan impulsiva.
—Gracias por invitarme, Paula. ¡Suena divertido!
Paula sonrió cariñosamente a la hermana de Pedro y luego estiró el brazo por encima de la mesa para darle un ligero apretón a su mano.
—Las mujeres nos tenemos que apoyar las unas a las otras, ¿no es así?
Belen le devolvió la sonrisa.
—Sí. Y con hombres como Pedro revoloteando por alrededor, es incluso más importante no dejar que nos caiga un rapapolvo encima.
—Eh —se defendió Pedro.
Paula le dio un codazo en el pecho y él fingió doblarse hacia delante debido al dolor.
—Terminemos de comer. No voy a dejar que esa bruja nos fastidie el almuerzo —proclamó Pedro —. Tienes que volver al trabajo, Belen, y Paula y yo tenemos que hacer unas compras.
Belen puso los ojos en blanco.
—¿De compras? ¿Tú?
Pedro la atravesó con la mirada.
—Para algunas cosas sí que merece la pena ir de compras. Como las que vamos a ir a comprar hoy.
El rostro de Paula se encendió y ella le dio un codazo de verdad.
Belen se rio y Pedro sonrió.Paula se relajó. El momento incómodo había acabado y Pedro y Belen no habían dejado que eso arruinara su día.
Quince minutos más tarde, Pedro guio a Paula hasta el coche y se dirigieron hacia las tiendas a las que Pedro la quería llevar.
La pegó contra él rodeando sus hombros con su brazo. La besó en la sien y dejó los labios pegados contra su piel durante un rato.
—Ha significado mucho para mí que invitaras a Belu a tu noche de chicas —dijo Pedro en voz baja —. Fue muy amable por tu parte, nena. No lo olvidaré.
Paula sonrió y luego volvió a ponerse seria.
—No crees que a Melisa y a Vanesa les importe, ¿verdad? No pensé siquiera en preguntarles a ellas antes.
Pedro negó con la cabeza y se alejó de su sien.
—No, son las mejores. No les molestará para nada. Especialmente si le doy la lata a Melisa sobre Belu. Has sido muy amable, nena. No tenías por qué hacerlo, pero me alegro de que hayas incluido a Belu en tus planes con las chicas. Necesita eso. Necesita buenas amigas.
—Yo he estado más que encantada de hacerlo —mencionó Paula suavemente—. Todo el mundo necesita amigos. Y Belen probablemente más que la mayoría. Se la veía muy triste y avergonzada cuando tu madre apareció.
El rostro de Pedro se ensombreció y él se tensó a su lado.
—Perdona por eso. Siento que haya arruinado el almuerzo.
Paula sacudió la cabeza.
—No lo ha arruinado, cariño. Tú y Belen no la dejasteis. No conozco a la mujer. No me importa lo que piense de mí ni que crea que no soy lo bastante buena para ti.
Él se puso tenso y se quedó completamente quieto con los ojos echando chispas frente a su rostro.
—Me has llamado «cariño».
Ella se ruborizó y apartó la mirada.
—Lo siento. Seguro que ha sonado estúpido.
Pedro la agarró por la cabeza no con mucha suavidad y la obligó a volverlo a mirar a los ojos.
—Me ha gustado. Me ha gustado mucho. Nunca me has llamado nada más que Pedro.
—¿Sí?
Él asintió.
—Sí. Me importa un comino lo que a otros hombres les guste o lo que piense nadie porque me llames con un apelativo cariñoso. Me gusta. Me hace sentir como que significo algo para ti, así que sí, me gusta mucho.
Paula sonrió.
—Entonces está bien, cariño. Lo recordaré.
Él la besó con fuerza y pasión hasta dejarla sin aliento. Su lengua entró en su boca y deambuló por su cavidad con una sensual familiaridad. Cuando por fin se separó, sus ojos estaban inundados de deseo. Le acarició la mejilla con una mano y se la quedó mirando fijamente.
—Tampoco me importa una mierda lo que mi madre piense de ti, nena, siempre y cuando tú sepas que eso de que no eres lo suficientemente buena para mí es una gilipollez. No quiero que pienses eso ni por un instante. No tienes ni que planteártelo. Eres increíblemente perfecta para mí, así que
recuerda eso siempre.
Ella sonrió de nuevo y se inclinó hacia delante para besarlo y poder saborear su dulce boca contra la de ella.
—Lo haré.
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