lunes, 8 de febrero de 2016

CAPITULO 31 (TERCERA PARTE)




Tras haber oído de Pedro todos los detalles de las anteriores noches de chicas, Paula estaba decidida a asegurarse de que él la disfrutara tanto como Gabriel y Juan lo habían hecho en todas las ocasiones previas. Lo cual significaba que no le dejaría ver el vestido, ni los zapatos. Ni, bueno, nada de nada.


Él protestó ante la idea de dejarla vestirse en casa de Melisa. Había querido un pequeño adelanto de lo que vendría por la noche, pero Paula le dijo con una voz firme que el efecto no sería el mismo si la viera de antemano.


Oh, por supuesto que había visto el vestido. Incluso había visto los zapatos. Al fin y al cabo había ido con ella a comprarlos, y le llevó veinte minutos convencerla de que se los comprara porque, Dios, ¡eran ridículamente caros! 


Estaba claro que se había equivocado completamente de trabajo, porque solo ese par de zapatos costaba tres veces más de lo que ella ganaba al vender un solo cuadro. Sin
embargo, Pedro no la había visto con el vestido puesto ni tampoco maquillada para esta noche. Puso en una bolsa el maquillaje, el vestido y los zapatos, convencida de que se peinaría y arreglaría en casa de Melisa.


Pedro no estaba muy contento con esa decisión, pero la vio entrar en el coche y le dio instrucciones al chófer para que la llevara al apartamento de lujo que tenían Melisa y Gabriel en Midtown. Ella se despidió con la mano descaradamente con la promesa de volver a verlo mucho más tarde.


Cuando llegó al edificio donde vivía Melisa, se encontró, para su sorpresa, que tanto Vanesa como la misma Melisa la estaban esperando en el vestíbulo. Vanesa cogió una de las bolsas de Paula mientras Melisa las guiaba hasta el ascensor. 


Cuando llegaron hasta la última planta, el ascensor se abrió y dejó a la vista un espacioso apartamento con preciosas vistas a la ciudad desde las ventanas del salón.


Gabriel las recibió en el salón y Paula retrocedió, un poco recelosa de él. Tenía un aspecto tan… formidable. No es que pensara que fuera a hacerle daño —ni a Melisa tampoco—, pero era un tío bastante callado e intimidante. Y ella solo había estado con él una vez, así que todavía no había
llegado a alcanzar un nivel mínimo de confianza con él.


Gabriel pegó a Melisa contra su cuerpo y le plantó un beso abrasador en la boca que hizo que Paula se estremeciera. Vanesa simplemente sonrió y miró a Paula con un deje burlón en sus ojos.


—Os dejaré a lo vuestro —dijo Gabriel—. El coche y el chófer os están esperando en la entrada. Solo llamad abajo y avisad al portero cuando estéis listas. Juan irá a la discoteca un poco más tarde y se asegurará de que todas lleguéis a casa luego. Yo iré al apartamento de Pedro para cenar con él.


Melisa le confirió una sonrisa devastadora a su marido, una que se ganó una mirada seductora por parte de Gabriel que le hizo ver a Paula que él estaba deseando que llegara esta noche.


—Si necesitas algo —dijo Gabriel mientras le levantaba la barbilla a Melisa con la punta de los dedos —, llámame. Tendré el móvil conmigo en todo momento. Si tenéis algún problema, el que sea, me llamas.


Melisa puso los ojos en blanco.


—Sabes que lo haré, Gabriel. Además, Juan estará allí, por no mencionar a Brandon y todos sus amigos gorilas. Siempre nos vigilan de cerca cuando estamos allí.


Paula no tardó mucho en perderse con la conversación.


—Brandon es el novio de nuestra amiga Carolina. O mejor dicho, prometido, ya que se lo ha pedido recientemente. Eso es lo que celebraremos esta noche —susurró Vanesa—. Trabaja en Vibe como segurata y siempre cuida de nosotras cuando estamos allí emborrachándonos.


Paula asintió.


Gabriel besó a Melisa una última vez y luego asintió en dirección a Vanesa y a Paula.


—Pasadlo bien, chicas, pero tened cuidado, ¿de acuerdo? Permaneced juntas en la discoteca. No dejéis las bebidas sin supervisión y si alguna de vosotras va al baño, id acompañadas.


—¡Gabriel! —exclamó Melisa con irritación—. Por el amor de Dios, no somos adolescentes. ¡Ya podemos cuidar de nosotras solitas!


Gabriel, que se rio entre dientes, tuvo la elegancia de parecer avergonzado y luego se dirigió al ascensor.


Las mujeres apenas tuvieron tiempo de encaminarse hasta el enorme cuarto de baño antes de que el teléfono móvil de Melisa sonara. Esta soltó un suspiro pesaroso cuando vio de quién se trataba.


—Por Dios santo, no se ha ido todavía y ya me está llamando.


Vanesa rio tontamente y tanto ella como Paula esperaron a que Melisa respondiera la llamada. Dijo «de acuerdo» y luego «yo también te quiero», aunque su voz se suavizó cuando dijo esto último.


Melisa soltó el teléfono en el mueble y levantó la mirada para mirar a Paula y a Vanesa.


—Gabriel se ha encontrado con Belen abajo, así que la ha enviado para arriba en el ascensor. Iré a buscarla. Vanesa, empieza con el pelo de Paula. Tendrá que ponerse el vestido antes de que pasemos al maquillaje o se manchará el vestido con la base.


—Lo tenemos controlado —dijo Vanesa haciendo un gesto con las manos para que se fuera—. Ve a por Belen para que podamos comenzar la noche.


Una hora más tarde, las cuatro chicas bajaron en el ascensor hasta el vestíbulo y salieron, con Melisa liderando el grupo. Fuera, tal y como Gabriel les había prometido, un conductor las estaba esperando para guiarlas hasta dentro de la limusina.


Cuando todas estuvieron bien sentadas, Melisa sacó una botella fría de champán de la cubitera y sirvió cuatro copas.


—Caro no viene con nosotras; nos verá allí directamente. Sin embargo, eso no quita para que hagamos un brindis en su honor.


Vanesa asintió con solemnidad y levantó su copa.


Belen hizo chinchín con las copas con entusiasmo; sus ojos verdes, los mismos que tenía Pedrobrillaban de emoción.


—Gracias por invitarme —dijo Belen—. No he hecho más que ir a trabajar y luego volver al apartamento. ¡Estoy empezando a sentirme vieja!


Melisa le dedicó una mirada horrorizada.


—No podemos permitirnos eso. Pasa una noche con nosotras y verás qué pronto dejas de sentirte así.


Belen se puso seria y miró en la dirección de Paula.


—Siento de veras la escena que montó mi madre y lo que te dijo. Estaba tan avergonzada y horrorizada… e incluso más porque la he tenido que soportar durante mucho tiempo. Pedro nunca ha dejado que lo pisoteara y por eso lo odia tanto. ¿Pero yo y mis otros hermanos?


Dejó de hablar, avergonzada.


A Paula se le rompió el corazón, así que estiró el brazo y le dio un pequeño apretón en la mano.


—No tienes que disculparte por nada, Belu —dijo, adoptando el diminutivo que Pedro usaba para ella. Y a juzgar por la luz que se instaló en sus ojos, le gustó—. Yo solo me alegro de que no la dejes pisotearte ahora.


Melisa arrugó la nariz de disgusto.


—No te ofendas, Belen, pero tu madre es una zorra. Y Pedro es tan bueno… No tengo ni idea de cómo lo ha conseguido con esos genes.


Belen frunció el ceño.


—No me ofendes, Melisa. Yo más que nadie sé lo mala que es mi madre. No sé por qué es así. Ojalá lo supiera.


La compasión se reflejó en los ojos de Vanesa.


—Yo no sé mucho, solo lo que me cuenta Juan y las pocas veces que Pedro ha mencionado a su familia, pero no suena muy bien. Juan se preocupa por él. Mucho.


—No hablemos de ellos esta noche —dijo Belen con una voz más alegre—. Se supone que nos lo estamos pasando bien, ¿no es así? Esta es la primera vez que puedo decir con total sinceridad que he estado muriéndome de ganas por salir de noche con amigas.


—Estoy de acuerdo —dijo Paula—. Y yo necesito la ayuda de Melisa y Vanesa porque… eh… obviamente Pedro está esperando algo de esta noche, y no estoy completamente segura de qué. ¡No quiero decepcionarlo!


Tanto Melisa como Vanesa se echaron a reír.


—Oh, te daremos todos los detalles jugosos —dijo Melisa con suficiencia—. Tuve que guiar a Vanesa la primera vez que salió con nosotras y digamos que tuvo a un hombre muy feliz esa noche.


—Me estáis matando —murmuró Belen—. Yo no tengo ningún tío bueno con el que volver a casa, y tengo que decir que ha pasado demasiado tiempo desde la última vez que tuve algo remotamente parecido a buen sexo.


Vanesa apretó los labios pensativamente.


—¿Qué tal uno de los amigos de Brandon, Melisa? Hay una gran variedad de tíos buenos trabajando en esa discoteca. Seguro que uno de ellos está soltero.


—Le diré a Caro que se ponga manos a la obra cuando lleguemos —dijo Melisa.


—¡No quiero parecer una desesperada! —protestó Belen.


Vanesa sacudió la cabeza.


—¡Por supuesto que no! Caro lo arreglará. A lo mejor te presenta a uno de los chicos.


Cuando llegaron a la discoteca, la puerta de la limusina se abrió de inmediato y una mujer guapa y más joven metió la cabeza dentro por la abertura con una sonrisa enorme en los labios. Antes de que ninguna pudiera salir, metió la mano dentro.


—¡Miradlo! —gritó emocionada—. ¿No es fantástico?


Melisa agarró la mano de la mujer y luego tiró de ella para que cayera dentro del coche con ellas.


—Dios mío, Caro, ¡es precioso! ¡Brandon ha sabido elegir!


Caro sonrió tanto que su rostro iluminó el interior de la limusina. Luego miró a Paula y a Belen y la sonrisa incluso se agrandó.


—Soy Carolina —dijo extendiendo su mano derecha—. ¡Vosotras debéis de ser Paula y Belen!


—Yo soy Paula —dijo Paula, devolviéndole la sonrisa—. Y ella es Belen.


—Brandon nos está esperando, así que vamos —dijo Carolina con entusiasmo—. Tiene nuestra mesa, por supuesto, y esta noche tenemos a dos camareras en vez de a la que siempre nos atiende. ¡No estamos expandiendo, chicas! Ya mismo tendremos la discoteca entera para nosotras cuando salgamos.


—Eso sí que molaría —comentó Melisa arrastrando las palabras—. Nuestro propio club privado. La idea tiene su encanto.


Vanesa se rio al mismo tiempo que empezaron a salir.


—Todo lo que tienes que hacer es decirle a Gabriel que quieres uno y él lo comprará para ti.


Melisa sonrió.


—Eso es cierto.


—Chessy, Gina y Trish ya están dentro esperando en la mesa —explicó Carolina.


Luego una sonrisa amplia y bobalicona se dibujó en su rostro y Paula levantó la mirada para ver a qué estaba mirando.


Un hombre alto, musculoso y realmente atractivo estaba ahí sonriendo con indulgencia. Tenía perilla y llevaba un pendiente en la oreja izquierda. Era obvio, a juzgar por la forma en la que Caro lo miraba y en la que él la miraba a ella, que este tenía que ser Brandon, el segurata. Y bien que daba el tipo.


—Señoritas —las saludó—. Si me siguen, las acompañaré hasta su mesa.


—Lo has hecho genial, Brandon —dijo Melisa dándole una palmadita en el hombro—. ¡El anillo de Caro es precioso!


Él sonrió.


—Me alegro de que le des el visto bueno. Quería que tuviera el anillo perfecto. Era lo justo. Ya tengo a la chica perfecta, así que ella tenía que tener el anillo perfecto.


—Oh, guau —murmuró Belen—. Eso es lo más bonito que he escuchado nunca decir a un tío.


Paula tenía que coincidir en eso. Había sido un comentario de lo más dulce.


Las mejillas de Carolina se ruborizaron pero sus ojos se iluminaron de amor por Brandon. Dos semanas atrás, ver esto habría hecho que Paula se pusiera muy celosa, porque Martin nunca había demostrado sus sentimientos en público. Ni en privado, ya que estamos. Pero ahora tenía a Pedro, que no tenía ningún problema con hacerle saber a la gente que Paula era suya.


Se dirigieron a la entrada del club, saltándose la larga cola de gente que esperaba para entrar.


Enseguida, Brandon las guio a través de la alocada multitud hasta llegar a las mesas situadas en una esquina justo al lado de la pista de baile.


La música reverberaba en el aire e invadía la sangre de Paula, palpitando al mismo tiempo que su pulso. Los pies ya le dolían, y sabía que ni en sueños podría bailar con estos zapatos puestos.


Seguramente se mataría. Pero los zapatos eran más para el beneficio de Pedro. Él había sido muy claro con sus gustos cuando salieron de compras. Le daría un respiro a sus pies ahora, pero cuando volvieran de camino al apartamento de Pedro, se los volvería a poner.


Cuando llegaron a la mesa, una camarera ya estaba allí con una bandeja llena de bebidas. Melisa sonrió y se giró para darle una explicación a Paula y a Belen.


—Siempre nos trae dos copas a cada una para empezar la noche. Nos bebemos una del tirón tras hacer un brindis y luego nos vamos bebiendo la segunda poco a poco hasta que vuelva con más.
Vanesa y yo no estábamos seguras de cuáles eran tus gustos, así que nos decantamos por las bebidas más de chicas. Cosmo y Amaretto Sour. Los sours son los favoritos de Vanesa y una de las pocas cosas que puede beber hasta emborracharse. Si le dices a la camarera lo que te gusta, volverá con otra ronda más tarde.


—Me gusta el Cosmo —dijo Belen hablando por encima de la música.


—Yo no bebo mucho —dijo Paula con arrepentimiento—. Estoy haciendo una excepción esta noche. Pedro tenía tantas ganas de que saliera que no podía decepcionarlo.


Tanto Vanesa como Melisa se rieron.


—Eso es porque Gabriel y Juan lo han estado torturando con todos los detalles de lo que un hombre consigue después de las noches de chicas —dijo Vanesa poniendo los ojos en blanco.


—Prueba un Amaretto Sour, Paula—dijo Vanesa poniéndole un vaso entre las manos—. Yo tampoco bebo mucho, pero este cóctel está riquísimo. Es dulce y afrutado y no tiene mucho alcohol, aunque yo siempre me las apaño para emborracharme con ellos.


Cuando todas tuvieron sus bebidas en la mano, se pusieron en un círculo estrecho mientras Melisa hacía las presentaciones entre Chessy, Gina y Trish y Paula y Belen. Una vez hechas, todas levantaron sus copas.


—¡Por Caro! —gritó Melisa—. ¡Y por ese diamante enorme que lleva en el dedo!


—¡Por Caro! —gritó el grupo al unísono.


Todas hicieron chinchín y derramaron ligeramente las bebidas por el borde. Luego comenzaron a bebérselas del tirón y no pararon de dar tragos hasta que los vasos se vaciaron. La camarera les dejó en la mesa la segunda ronda de bebidas y con una sonrisa se alejó de la mesa para ir a por más.


—¡Bailemos! —gritó Caro.


Paula se dejó arrastrar hasta la pista de baile. Le gustaba bailar, y en realidad era bastante buena haciéndolo. Aunque ya había pasado bastante tiempo desde la última vez que lo hacía. A Martin no le iba bailar ni ir de discotecas, pero ella podía moverse como la mejor, y esta noche era tan buena como ninguna otra para desmelenarse y divertirse un poco.


Le gustaban las amigas de Melisa y Vanesa. Brittany también, a juzgar por su gran sonrisa y su mirada chispeante.


—Tenemos un precedente que seguir —gritó Melisa.


—¿Eh? —inquirió Paula.


—Sí —interrumpió Vanesa—. Nos volvemos muy sensuales en la pista y hacemos que a los tíos se les caiga la baba con nosotras, y cuando llega aquí cualquiera de los chicos al que le toque hacer de chófer y controlarnos, sacamos todo lo que llevamos dentro y les damos a él, a Brandon y al resto de
los tíos un espectáculo que no olvidarán.


Paula estalló en carcajadas.


—Bueno, ya estoy empezando a ver por dónde va Pedro con lo de la noche de chicas.


Lo ojos de Melisa titilaron de alegría.


—Ah, Vanesa y yo te daremos todos los detalles una vez nos hayamos bebido unas cuantas copas y nos tomemos un descanso en la mesa.






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