miércoles, 10 de febrero de 2016
CAPITULO 36 (TERCERA PARTE)
—¡Reunión! —gritó Melisa agresivamente. Se encontraba de pie en el centro de la habitación y agitaba la mano de forma urgente hacia Vanesa y Paula.
Paula y Vanesa lucharon por levantarse del sofá. Paula se bamboleó peligrosamente y bajó la mirada hasta sus pies, confundida por no saber por qué no funcionaban como deberían. Casi se cayó, pero una mano fuerte la agarró del codo.
—¡Ay! —exclamó ella antes de enderezarse. Le regaló a su «ayuda» una sonrisa deslumbrante y una divertida sonrisa masculina la correspondió. ¿Era Pedro? Joder, la cabeza le daba tantas vueltas que no podía distinguir quién era quién o dónde se encontraban.
Se tambaleó hacia donde Melisa las esperaba y agarró el brazo de Vanesa cuando la otra mujer tropezó en su dirección.
Riéndose como desalmadas, las dos abrazaron a Melisa.
—De acuerdo, este es el trato —dijo Melisa en un susurro potente—. Tenemos que quedar mañana para comer y darnos todos los detalles. Me muero por saber cómo va a reaccionar Pedro.
Paula frunció el ceño y luego miró por encima del hombro hacia donde los hombres se encontraban con sonrisas indulgentes en sus rostros.
—¿Y qué pasa con Belen? —siseó Paula—. Se va a liar con el Señor Dueño Del Club. Tenemos que averiguar qué ocurre entre ellos, ¿cierto?
—Cierto —Vanesa dijo con solemnidad.
—¡Belen! —gritó Melisa otra vez.
Belen se acercó a ellas apresuradamente y se unió al círculo que habían formado con el rostro lleno de emoción.
—Está bien, almuerzo mañana —dijo Melisa—. ¡Tenemos que contarnos todos los detalles picantes!
Una serie de quejidos se escuchó, Paula se giró y silenció a los hombres con un gruñido feroz. Ellos se rieron y Paula devolvió su atención a las mujeres.
Belen se mordió el labio y luego miró por encima del hombro de Paula en dirección a Sergio Wellington.
—No sé, chicas. Quizás estoy metiéndome donde no debo.
—Yo cuidaré bien de ti, Belen —dijo Sergio con diversión.
—Están poniendo la oreja —murmuró Melisa.
—Es difícil no hacerlo, nena —dijo Gabriel con la risa bien presente en su voz—. Estáis vociferando lo bastante fuerte como para que os oiga el club entero.
Melisa gruñó y a continuación bajó su voz hasta un susurro.
—A la una. En Isabella’s. Y así podremos contárnoslo todo.
—¿Siempre hacen esto? —preguntó Sergio de fondo.
—Ojalá lo supiera —murmuró Juan—. No hay nada como sentirse intimidado por la nota que te vayan a poner al día siguiente. Esa es una presión enorme sobre los hombros de un hombre.
Las mujeres se rieron tontamente y luego Melisa estiró el brazo dentro del círculo.
—A la de tres vamos a por nuestros hombres.
Pusieron las manos una encima de la otra en el centro.
—¡Una, dos, tres!
Levantaron las manos y se separaron del corrillo. Paula se tambaleó y registró el suelo en busca de sus zapatos.
—¡Mis zapatos! Tengo que tener esos zapatos —se quejó—. ¡Si no tengo esos zapatos lo arruinaré todo!
—¿Estás buscando esto, nena?
Levantó la mirada y vio a Pedro con los tacones colgando de sus dedos. Sus ojos brillaban divertidos, pero su mirada recayó sobre su cuerpo con apreciación. Se contoneó a modo de experimento y esperó que su vestido cubriera todo lo que debiera.
Sus ojos brillaron incluso más y estiró los brazos para ajustarle la parte de arriba del vestido. Sus dedos rozaron la piel de uno de sus pechos.
—Esa vista es solo para mí —murmuró—. No es que no estés deliciosa con ese atisbo de pezón, pero nadie puede verlo.
Ella se llevó las manos al pecho con brusquedad, horrorizada, y luego miró con ansiedad a los otros hombres.
—Dios mío. ¿¡Han visto ellos mis pezones!?
Las risas aumentaron y hubo una serie de negaciones con la cabeza. Pedro se inclinó para besarla y la estrechó entre sus brazos. Todo su cuerpo se sacudía de la risa.
—No, nena. Nadie excepto yo los ha visto.
Mientras hablaba, se giró, y fulminó con la mirada a los otros hombres, que inmediatamente sacudieron sus cabezas y pusieron expresiones de completa inocencia.
—Tengo que ponerme los zapatos —gruñó Paula.
Pedro la sentó en el sofá y luego le volvió a deslizar los pies dentro de los tacones con suavidad.
Había algo extremadamente perverso en que un hombre le pusiera los zapatos. Sus manos eran cálidas y reconfortantes contra su piel. Le dio un pequeño apretón a uno de sus pies antes de retroceder para ofrecerle la mano y ayudarla a ponerse en pie.
Se levantó y comprobó con cuidado la estabilidad de sus piernas. No había llevado los tacones durante la mayor parte del tiempo que habían estado bebiendo y lo último que quería era caerse de bruces ahora que volvía a tenerlos puestos.
Se tambaleaba un poco, pero Pedro la agarró con firmeza por el brazo antes de pegarla contra su costado. Ella suspiró y se derritió contra él, saboreando el calor y el olor de este hombre tan espléndido.
—Gracias por cuidar de ellas —le dijo Pedro a Brandon mientras se encaminaban hacia la puerta.
—Eh, ¿y yo qué? —balbució Juan—. Recuerda, la próxima vez te toca a ti.
Pedro sonrió.
—Lo estoy esperando con ansia.
Pedro se dirigió hacia la puerta manteniendo a Paula bien apretada contra su costado. Ella se tropezaba cada dos por tres y Pedro ralentizó el ritmo para adecuarlo al suyo inestable. Estaba derretida contra él, tan sumisa y adorable que desearía no estar tan lejos de su apartamento. No quería nada más que desnudarla y quitarle ese vestido y hacerle el amor con esos zapatos puestos hasta que ambos se quedaran dormidos.
Gabriel y Juan no habían mentido. Estaba loco de celos de ellos por haber experimentado esto antes.
Pero ahora tenía a Paula. Paula formaba parte de su círculo de amigos, tal y como había querido. Lo esperaba con ansia e inmensa satisfacción, sabiendo con absoluta certeza que a partir de ahora sí que lo experimentaría más a menudo.
Otros tíos podrían quejarse de las noches de chicas. A algunos no les gustaba que sus mujeres salieran sin ellos. Pero si tuvieran esto esperándoles al final de la noche, seguro que se pondría de moda llevar vestidos sexis y zapatos con tacones brillantes para morirse.
Sonrió de nuevo mientras guiaba a Paula hacia la rampa que llevaba hasta la pista de baile.
Brandon apareció con otro segurata, flanqueando a Pedro como una barrera protectora para que no los
empujaran las otras personas en el club.
Cuando llegaron fuera, condujo a Paula hasta el coche y la ayudó a entrar. Cuando él se deslizó hasta el asiento trasero del coche, Paula ya estaba tirada de un modo poco delicado por todo el asiento con las piernas extendidas de lado. Uno de sus tacones colgaba peligrosamente de su pie, así que él lo volvió a colocar en su sitio agarrándola del tobillo mientras lo hacía.
Ella abrió los ojos y le dedicó una sonrisa adorable y bobalicona.
—Hola —dijo con voz ronca.
Él se rio y se echó hacia delante para besarla en la nariz.
Era la cosa más adorable que hubiera visto nunca. Y era toda suya.
—Hola. ¿Te lo has pasado bien?
—Oh, sí —respondió en voz baja—. Tenías razón. Melisa y Vanesa son la bomba. Y también el resto de sus amigas. —Frunció el ceño por un minuto y Pedro la miró con curiosidad para buscar la fuente de esas arrugas en su entrecejo—. Aunque Caro se va a mudar. Eso ha entristecido a Melisa. Caro y Brandon se van a casar y se van a mudar a Las Vegas. Pero no pasa nada. Aún nos tiene a Vanesa, y a mí —dijo señalándose su propio pecho.
Pedro se rio entre dientes.
—Sí, nena. Os tendrá a vosotras.
—¡Y Belen! —dijo Paula, iluminándosele el rostro—. Se lo pasó bien, Pedro. Estaba triste porque no tenía a ningún tío con el que disfrutar del sexo estando borracha, pero luego apareció Sergio.
Pedro frunció el ceño.
—No tengo muy claro que me guste la idea de que se líe con un tío que acaba de conocer en una discoteca.
—Él no está mal —dijo Paula lentamente—. Parece muy intenso. Pero para bien, ¿sabes? Como tú.
Pedro sacudió la cabeza.
—Si él es como yo, entonces sé que no quiero que mi hermana pequeña tenga un lío de una noche con él.
Paula frunció el ceño de nuevo.
—No creo que vaya a ser un lío de una noche, Pedro. Parecía muy… serio. Como si se la quisiera comer. Me hacía estremecer.
Pedro gruñó ante eso último.
—¿Te hacía estremecer? ¿Qué demonios?
Ella se rio tontamente.
—No pasa nada. Ya sabes que yo solo te quiero a ti. Pero está bueno, y él piensa que Belen es guapa. Me alegro por ella.
Pedro suspiró.
—Yo seré el que juzgue si nos alegramos por ella o no. Tendré que investigar a este tío y ver si está al nivel.
Pero ¿qué podría decir Pedro de estar al nivel? Lo hacía parecer un maldito hipócrita. Él había hecho cosas no muy buenas, y no se arrepentía de ellas, pero ahí estaban. Simplemente no estaba seguro del todo de querer que su hermana saliera con un hombre del que no sabía nada. Sabía que sus propias intenciones eran buenas, ¿pero y las de Sergio Wellington?
Pero ya era suficiente de hablar de Belen y Sergio. Recibiría una llamada más tarde tal y como Sergio le había prometido o Pedro enviaría a alguien a que viera cómo estaba Belen. Y mañana investigaría un poco el pasado de Sergio Wellington y vería si tenía secretos oscuros que lo convirtieran en un mal partido para Belen.
Ahora mismo tenía a una mujer muy borracha, muy adorable y muy sexi con la que se moría por volver a casa para quitarle ese vestido del cuerpo.
—Tengo que decir, nena, que ese vestido y los zapatos te van como anillo al dedo.
Ella le envió otra sonrisa deslumbrante; sus dientes destellaron y un hoyuelo se le formó en la mejilla.
—¿Te gustan?
—Joder, ya te digo —gruñó—. Pero me gustarán más cuando lleguemos a casa y te los quite de encima.
Ella arrugó la nariz y frunció el entrecejo.
—Pero los zapatos no, Pedro. Melisa y Vanesa dijeron que ellas siempre tenían sexo con los zapatos puestos. No podemos saltarnos el protocolo. Es el credo de la noche de chicas.
Él se rio.
—Claro, nena. Los zapatos por supuesto que se quedarán puestos.
Cuando aparcaron frente al edificio, Pedro salió y luego alargó los brazos hasta Paula dentro del coche para ayudarla a salir. Una vez se hubo asegurado de que tenía los pies debajo del cuerpo y que no se caería de bruces al suelo, la guio hasta la puerta de la entrada con el brazo envuelto firmemente alrededor de su cintura.
En el ascensor, ella se llevó una mano rápidamente al estómago y se volvió verde mientras subían.
Él la estrechó entre sus brazos.
—Respira hondo, nena. No puedo dejar que te pongas enferma ahora.
—Estoy bien —dijo ligeramente—. El ascensor solo ha hecho que me maree un poco.
Las puertas se abrieron para dar paso a su apartamento y él la ayudó a salir. Inmediatamente después se dirigieron al dormitorio. Su teléfono móvil sonó, pero cuando bajó la mirada para ver quién llamaba, no reconoció el número.
Sabiendo que podría ser Wellington que llamaba para dar noticias sobre Belen, mantuvo agarrada a Paula con una mano y respondió la llamada con la otra.
—Pedro Alfonso —dijo.
—Soy Sergio Wellington. Belen está en casa sana y salva. No tiene de qué preocuparse, señor Alfonso. Su hermana está en buenas manos.
—Gracias —murmuró Pedro—. Aprecio la llamada.
Colgaron y Pedro se escribió una nota mental para asegurarse de que su hermana estuviera bien al día siguiente. Luego devolvió su atención a Paula y la depositó sobre el borde de la cama.
—De acuerdo, cariño, estamos en casa y estás a cargo de la seducción de la noche de chicas. ¿Qué quieres que haga tu hombre?
Sus ojos brillaron, y en comparación con la tenue luz de la lámpara de la mesilla de noche, parecieron casi luces de neón. Entreabrió los labios y él casi dejó escapar un gemido.
Dios, esta mujer lo iba a volver loco.
—Primero tienes que arrancarme el vestido, y luego tienes que follarme con fuerza y pasión.
Ella parecía tan esperanzada que Pedro se rio entre dientes.
—Lo que quieras, nena. Que no se diga que he decepcionado a mi chica.
Ella sonrió y dejó escapar un suspiro de felicidad.
—Me gusta.
—¿Qué te gusta, nena?
—Que me llames «mi chica». Suena muy dulce y sexi.
—Eres mi chica —dijo mientras hacía que su voz sonara grave y baja.
Ella levantó los brazos.
—Entonces arráncale a tu chica el vestido y poséela hasta que se quede dormida.
Él se rio, pero se acercó y la puso de pie.
—Eso puedo hacerlo, mi amor.
Ella suspiró otra vez, tambaleándose con paso vacilante antes de volver a recuperar el equilibrio.
—Me encantan todos los nombres cariñosos con los que me llamas. Son muy bonitos.
Él sonrió y le dio la vuelta para desabrocharle el vestido.
Dejó que este se deslizara por su cuerpo hasta caer a sus pies, y luego la ayudó a desenredar sus tacones de la delicada tela. A Pedro se le cortó la respiración cuando su mirada viajó por toda la superficie de su cuerpo.
—Dios santo —murmuró—. ¿De dónde has sacado la lencería?
—La tenía —dijo ella con petulancia—. Martin nunca la vio, así que no te preocupes. Tú eres el único hombre que me ha visto con ella. Lo estaba guardando para una ocasión especial, y yo diría que este momento cumple con todos los requisitos.
—Oh, sí. Desde luego.
Se giró, se inclinó hacia él con los ojos bien abiertos y le susurró como si estuviera compartiendo con él un enorme secreto.
—Tiene una abertura por debajo. No me la tienes que quitar siquiera para follarme.
El cuerpo de Pedro se sacudió y él la agarró de la barbilla antes de bajar su rostro hasta el de ella para besarla en la boca. Sabía a tequila y a algo afrutado. Su lengua, caliente y salvaje, colisionó con la suya. Él la succionó, queriendo devorarla entera.
Ella gimió contra su boca. Lo besó animadamente mientras su cuerpo se retorcía contra el suyo de la necesidad que estaba sintiendo. Pedro ya pudo incluso sentir que Paula se encontraba peligrosamente cerca de correrse. No le costaría mucho llevarla al abismo.
Pero él no quería que la noche acabara tan pronto. Si se corría ahora, podría quedarse frita perfectamente para dormir la mona. Había esperado demasiado para esto como para hacer que acabara en cinco minutos.
—Voy a follarte duro, nena —dijo poniendo a propósito una voz fuerte y tenaz. Ella se estremeció tal y como él sabría que lo haría—. Tu boca, tu coño y tu culo. Voy a tenerlos todos antes de que esto se acabe.
—Pedro.
Su nombre salió en un gemido lleno de necesidad que lo hizo sonreír. Oh, sí, estaba cachonda y caliente. Su cuerpo ardía de pasión. Se restregaba contra él como un animal en celo.
—Ponte de rodillas —le ordenó con brusquedad.
Él permaneció agarrado a ella mientras Paula se deslizaba contra su cuerpo y se colocaba de rodillas. Pedro agarró una almohada y la colocó debajo de ella antes de soltarla por fin. Se quedó de pie durante un momento para asegurarse de que no iba a caerse y luego retrocedió mientras se
desabrochaba la bragueta.
Su miembro salió de su encierro para acabar en el de su propia mano, hecho que no le gustaba lo más mínimo ya que quería que lo que estuviera alrededor de él fuera la boca de Paula y no su mano.
Enterró la otra mano en su pelo y la atrajo bruscamente hacia él al mismo tiempo que pegaba su polla contra sus labios.
Ella se abrió para él con un suspiro entrecortado, que le envió escalofríos por toda la espalda. Sus testículos se endurecieron, dolientes, mientras su erección se deslizaba por encima de su cálida lengua. Cerró la boca a su alrededor y lo succionó entero. Pedro dejó escapar un gemido estridente mientras se adentraba hasta la parte posterior de su garganta.
—Inmensamente preciosa —dijo con un tono áspero.
Los sonidos húmedos de succión que ella producía eran altos y eróticos a sus oídos. Cada vez que se retiraba, siempre sentía su resistencia al intentar volver a chuparlo de nuevo. Sus mejillas se hundían con cada retracción y luego se inflaban cuando volvía a enterrarse en ella.
Le encantaba ver la imagen de su polla deslizándose y abriéndose paso entre sus labios y luego retirándose, húmeda debido a su saliva.Paula produjo un sonido con los labios semejante al de los besos sonoros que casi hizo que se corriera. Durante unos largos momentos, disfrutó de la sensación de tener su lengua deslizándose por la parte inferior de su miembro. Luego le rodeó la punta del pene
y jugó con el sensible glande cuando se retiró de su boca.
No iba a durar mucho más como esto siguiera así. Reacio a abandonar la dulzura de su boca, se retiró y la puso de pie.
Sus ojos estaban vidriosos, una mezcla entre el alcohol y el intenso deseo.
Brillaban con fuerza y sensualidad, llenos de una dulzura que él asociaba con ella.
La tumbó de espaldas en la cama y tiró de su sujetador; quería darse un banquete con sus pechos.
Se inclinó sobre ella, entre sus muslos separados, y le pasó la lengua por el montículo antes de capturar el pezón y succionarlo con fuerza entre sus dientes. Luego ascendió hasta su cuello, mordisquito a mordisquito, y succionó la elástica piel antes de morder el lóbulo de su oreja con la
fuerza suficiente como para hacerla gritar. Deslizó la lengua lamiéndole todos los pliegues de su oreja antes de volver a bajar para succionarle el lóbulo.
—Aa… Pedro —gimió, pronunciando su nombre con dos sílabas—. Me estás matando.
Él se rio entre dientes.
—Esa es la idea, nena. Quiero que estés tan cachonda y loca que puedas acogerme en el culo sin esfuerzo
Ella se estremeció sin parar y su cuerpo se arqueó sin poder contenerse contra el de él.
—Ya estoy ahí —jadeó—. Llegué al punto de la locura hace alrededor de dos minutos.
—Bien.
Se tomó su tiempo lamiéndole y devorándole los pezones hasta que estuvieran rojos y enhiestos.
Luego dejó que su boca se deslizara más abajo, y besó la piel suave de su vientre, y más abajo aún, hasta abrirse paso entre la abertura de sus bragas y entre sus labios suaves y aterciopelados. Le lamió el clítoris, pero se aseguró de no pasar demasiado tiempo allí o se correría enseguida. Bajó más aún por su carne, succionándola y besándola, hasta llegar a su abertura y deslizó la lengua dentro tal y como su pene haría dentro de poco.
—Nunca voy a tener suficiente de ti —dijo con voz ronca—. Tienes un sabor muy dulce. Adictivo.
Continuó con su sensual asalto sobre su más íntima carne hasta que ella estuvo suplicándole descaradamente que la llevara hasta el final. Se movía hacia arriba con movimientos frenéticos y llenos de necesidad. Él le agarró las caderas y la mantuvo quieta mientras seguía poseyéndola con la lengua.
—¡Pedro! ¡Me voy a correr!
Él se apartó y la dejó al límite del abismo. Se quedó así durante un rato, respirando con tanta fuerza como ella. Luego se colocó entre sus piernas y levantó los tobillos de Paula para poder agarrarse al tacón de sus zapatos.
Ella abrió los ojos como platos y la excitación explotó en esas profundidades aguamarinas. Le levantó aún más las piernas hasta estar dobladas sobre su cuerpo y las rodillas bien abiertas a cada lado. No esperó. No prolongó la agonía. Asegurándose de que la hendidura de sus bragas estaba
entreabierta, embistió con fuerza y se enterró en ella con un solo movimiento, llenándola al instante hasta el fondo.
Ella dejó escapar un grito. Su sexo se lo tragaba con un frenesí apasionado que lo obligó a descubrir sus dientes mientras luchaba por mantener el control. Sabía que no podría seguir con esto mucho tiempo, así que se movió con velocidad hasta llevarlos a ambos a un frenesí imparable. Se
enterraba en ella con profundidad. Con fuerza. Tal y como lo haría pronto en su trasero.
Cuando la sintió temblar con más urgencia a su alrededor, se quedó quieto, hincado hasta el fondo en su interior. Respiró hondo y cerró los ojos mientras intentaba recuperar el control. Luego se retiró, aunque siguió agarrado a los tacones con las dos manos.
Soltó una y rápidamente le quitó las sedosas bragas con las que se la había follado. Él quería su culo, y por muy sexy que fuera la lencería, solo había una abertura y esta solo le daba acceso a su sexo. Deslizó la mano por debajo de su ahora desnudo trasero y lo levantó para poder verlo mejor.
Ella abrió los ojos como platos cuando se dio cuenta de que iba a penetrarla en esa postura. Normalmente cuando Pedro le había follado el culo, ella siempre se encontraba a cuatro patas. De esta forma era
mucho más vulnerable. Estaba completamente abierta a él, con las piernas bien arriba en el aire y su trasero perfectamente curvado y preparado para que él se hundiera en su interior.
Pedro guio su miembro hasta su ano y tardó solo un momento en coger el lubricante.
—No voy a usar mucho esta vez, nena. Solo lo suficiente para entrar dentro de ti. Quiero que lo sientas. Que me sientas mientras empujo contra tu carne.
La respiración de Paula se entrecortó en sus labios. Se los relamió con deseo y él casi perdió la batalla contra el placer en ese momento. Con la mandíbula apretada, se aplicó apresuradamente el lubricante sobre su dura erección y luego arrojó el tubo a un lado mientras se ponía en posición.
En el momento en que encajó la cabeza de su pene contra su ano, apartó la mano y la envolvió alrededor de su tacón, de modo que ambas manos volvían a estar sujetas a sus zapatos, abriéndola con amplitud para facilitar su invasión.
Él empujó sus caderas sin vacilar. Ella se abrió para él y abrió los ojos más aún como platos mientras se dilataba para acomodarlo en su interior.
—Eso es, nena —dijo en un tono aprobador—. Déjame entrar. Voy a follarte con fuerza hasta que ambos nos corramos. Quiero que uses tu mano porque yo voy a estar agarrándote los tacones todo el tiempo. Pero no te corras hasta que te lo diga, ¿de acuerdo?
—Está bien —contestó ella con una voz fantasiosa.
Ella deslizó una mano entre sus muslos y sobre su clítoris y emitió un gemido cuando se acarició.
Aprovechando ese descuido, cuando ella estaba más centrada en su propio placer, Pedro se movió hacia delante y la abrió por completo con un solo envite implacable. Ella se alzó y un grito atravesó el aire de la habitación.
Estaba hundido hasta el fondo, empujando contra ella y luchando por seguir introduciéndose más aún en su interior.
—Joder —gimió él—. No voy a durar mucho, nena. Tienes que llegar ya porque yo voy a moverme con fuerza y no voy a parar hasta correrme.
—Estoy ahí —respondió ella sin aliento—. No pares, Pedro. Estoy muy cerca.
Sin necesitar más ánimos por su parte, este comenzó a moverse con energía en su interior. Sus muslos chocaban contra el trasero de Paula, que provocaba que le temblara todo el cuerpo. Ella cerró los ojos y arqueó el cuello hacia arriba cuando él empezó la carrera para llegar al clímax.
Paula se corrió primero, y su intenso grito lo atravesó con fuerza y lo urgió a que él llegara a su propio orgasmo.
Comenzó a correrse, y chorro tras chorro de semen se fue vaciando en su interior y haciendo su penetración más sencilla. Paula movía sus dedos casi violentamente sobre su clítoris al mismo tiempo que él la embestía con más vigor y profundidad. Entonces, ella apartó la mano y se quedó respirando con dificultad, con los ojos desenfocados y eufóricos.
Él se introdujo en ella una última vez y permaneció en su interior mientras terminaba de vaciarse dentro de su cuerpo. Luego se cernió sobre ella y soltó con cuidado sus tacones, dejando que sus piernas cayeran sin fuerzas sobre la cama.
Les costaba recobrar el aliento e inspirar el aire suficiente en sus doloridos pulmones. Pedro cerró los ojos y la apretó fuertemente contra él, abrazándola y pegándola contra su cuerpo para que sintiera el latido de su corazón.
Nunca había sido así. Nunca antes. Solo con Paula. Su corazón estaba tan lleno que parecía estar a punto de estallar. Había muchas cosas que quería decir. Que quería decirle a ella.
Paula le pasó los dedos por su pelo y lo acarició con suavidad antes de que estos se cayeran sobre la cama y su cuerpo se quedara completamente laxo debajo del de Pedro.
Él levantó la cabeza y la miró con una sonrisa enorme curvando sus labios hacia arriba.
Se había quedado dormida.
Riéndose entre dientes, suavemente se retiró de su cuerpo y luego fue al cuarto de baño antes de volver con una toalla cálida para limpiarla. Tras asegurarse de que estaba limpia y cómoda, le quitó los tacones y luego se deshizo del resto de la ropa antes de cogerla en brazos y colocarla bien en la
cama. Él se acurrucó a su lado y alargó la mano para apagar la lámpara.
La habitación quedó a oscuras y él la atrajo más contra sí, contra el refugio de su cuerpo. Le acarició el cuerpo y disfrutó de la sensación de tenerla saciada y calentita junto a él.
Sí, las noches de chicas deberían ser más regulares. No había nada mejor que una mujer preciosa, borracha y completamente adorable volviera a casa con él con el único deseo de que la follara con esos taconazos puestos.
Tomó nota mentalmente para ir a comprarle una docena de zapatos de tacones sexis y brillantes. Y aprovechando el viaje, estaba más que claro que también le compraría más lencería picante que tuviera hendiduras en las bragas para facilitarle el acceso de entrada.
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