miércoles, 10 de febrero de 2016
CAPITULO 37 (TERCERA PARTE)
—¿Viene Belen? —preguntó Melisa cuando Paula se deslizó en la mesa junto a Vanesa.
—Me mandó un mensaje justo cuando estaba saliendo del apartamento y me dijo que nos vería aquí —contestó Paula—. Creo que estará al llegar.
—¿Te dijo algo de cómo le fue la noche? —preguntó Vanesa.
Paula hizo una mueca y negó con la cabeza.
—Nada. Dijo que ya nos contaría cuando llegara aquí.
—Al menos tiene el día de descanso en el trabajo y no ha tenido que enfrentarse a la resaca en el trabajo —dijo Melisa—. ¡Los chupitos me dejaron fatal! Gabriel fue muy dulce y me mimó hasta que tuvo que irse al trabajo, pero luego volví a la cama y me quedé allí hasta que se hizo la hora de venir para comer con vosotras.
Vanesa se rio disimuladamente.
—Sí, Juan fue muy dulce también. Es increíble la gratitud que demuestran por tener sexo con una mujer borracha.
Paula se rio.
—Pedro me trajo café y lo que dijo que era la cura de las resacas. No sé siquiera lo que era. Varias pastillas. Pero funcionó. Tras la ducha, por increíble que parezca, me sentí persona otra vez.
—Oh, mira, ahí está Belen —dijo Vanesa levantando la mano para avisarla.
Belen se abrió camino entre el atestado restaurante y luego se sentó a la mesa junto a Melisa.
—Buenas, gente —dijo ella animadamente.
—Esa cara es de alguien que ha pillado cacho —dijo Melisa secamente.
Belen se puso roja como un tomate, pero sus ojos brillaron.
—¡Suelta prenda! —exigió Paula—. Nos estamos muriendo por saber todos los detalles sobre Sergio Wellington.
Belen se rio.
—Ay, chicas. Él es… increíble. No tengo palabras siquiera. Tiene un aire oscuro y misterioso… No habla mucho, pero cuando lo hace, tú simplemente lo escuchas, ¿sabéis?
—Pasa a la parte interesante —dijo Melisa con impaciencia—. ¿Cómo es en la cama?
Todas se echaron a reír.
—Hum… bueno, no tuvimos sexo anoche —admitió Belen—. Me llevó a mi apartamento y me metió en la cama. No recuerdo nada más después de eso. Pero esta mañana, me desperté y él estaba en la cama, a mi lado. Se había desnudado y solo tenía los bóxers puestos, y dejadme que os diga, ¡el tío está potente! Por favor, estaba literalmente babeando en la almohada.
Paula se rio entre dientes ante la animada descripción de Belen.
—¡Y fue muuuy dulce también! Me trajo el desayuno a la cama y luego me llevó al cuarto de baño para ducharme.
—¿Te llevó al cuarto de baño? —preguntó Vanesa—. ¿Quieres decir que se metió en la ducha contigo?
Belen se ruborizó.
—Sí. Fue muy dulce. Pero también sexual. Quiero decir, con toda esa carne de hombre, desnuda, pensé que me iba a dar un ataque al corazón.
—¿Y qué pasó entonces? —dijo Melisa.
—Tras la ducha volvimos a la cama, y entonces es cuando tuvimos sexo.
Belen tenía dibujada una sonrisa satisfecha y petulante. Sí, el sexo había sido muy bueno a juzgar por su expresión.
—¿Y? —exigió Vanesa—. Vamos, ¡no nos dejes con la intriga! Tenía toda la pinta de ser un animal en la cama. Tan serio y pensativo… ¡como Juan!
—Está bien, para —dijo Melisa con un escalofrío—. Podemos hablar de tíos buenos todo lo que queramos, ¿pero podemos dejar, por favor, a Juan fuera?
Paula hizo una mueca.
—Qué aburrida eres, Melisa. ¿No puedes olvidarte del hecho de que es tu hermano por un ratito?
Melisa negó con la cabeza con vehemencia.
Belen se rio y luego se recostó contra el asiento, soltando un suspiro enamorado que le dijo a Paula que ya estaba bien pillada por Sergio. Aunque ¿quién era ella para juzgar? A ella no le había llevado mucho más tiempo caer rendida a los pies de Pedro. Había estado sentenciada desde el minuto
en que la había sacado a rastras de su apartamento. Si era completamente franca, tenía que admitir que había estado sentenciada desde aquel primer día en el parque. Solo que le había llevado algo más de tiempo darse cuenta de eso.
—Fue increíble —dijo Belen—. Y sí, es un animal en la cama. Tan exigente y posesivo. —Se estremeció, y pequeñas ráfagas de frío le atravesaron la piel. Luego su expresión se ensombreció y torció la boca en una mueca—. Nada comparado con mi primer marido. Ugh. ¡No son siquiera del mismo universo!
—Olvídalo —ordenó Paula—. Él es pasado. Pasa página. Y ahora cuéntanos más.
Las otras rompieron a reír otra vez. Estaba atrayendo la atención de las otras mesas, pero a Paula no le importaba. Normalmente se sentiría cohibida de tener tanta atención centrada en ella en un lugar público, pero ya adoraba a estas chicas y se estaba divirtiendo.
—Tuve tres orgasmos —dijo Belen en un susurro alto—. ¡Tres! Esos ya son tres más de los que tuve con mi marido.
—¡Sí! —dijo Vanesa con una sonrisa enorme en el rostro—. ¿Y ahora qué? ¿Fue solo un rollo de una noche? ¿Le diste tu número? ¿Te va a llamar?
—Una a una, Vanesa—la regañó Melisa—. ¡Se pierde! Pero sí, Belen, cuéntanoslo todo.
Belen sonrió y Paula vio lo guapa que era. Sus ojos brillaban y las sombras que la habían perseguido antes habían desaparecido. Parecía mucho más segura de sí misma.
Parecía… feliz.
—Oh, sí que tiene mi número. Me hizo guardar todos sus números en mi móvil. Quería saber lo que iba a hacer hoy. Adónde iba a ir y con quién. Luego me dijo que esto no era un rollo de una noche y que mejor que me quitara esa idea de la cabeza ahora si eso era lo que creía.
—Guau —susurró Melisa—. ¡Suena intenso!
—Ni siquiera me preguntó si quería volver a verlo —continuó Belen con una sonrisa bobalicona estampada en el rostro—. Me dijo que estaría en mi apartamento esta noche para llevarme a cenar y que me iba a quedar en su hotel.
Paula frunció el ceño.
—Entonces, ¿no tiene un apartamento aquí?
Belen negó con la cabeza.
—No. Ha estado en Las Vegas arreglando todas las cosas para abrir el otro club. Y sí, está planeando pasar mucho tiempo allí, o al menos los primeros meses. Viaja mucho, yendo de club en club, así que no tiene una residencia permanente en ningún lado.
—Entonces, ¿cuánto tiempo se quedará aquí? —preguntó Vanesa con los labios fruncidos al igual que Paula.
Belen se encogió de hombros.
—No sé. Supongo que tendremos que ir día a día y ver qué pasa. ¿Quién sabe? A lo mejor solo soy una más de su gran lista de amantes durante el tiempo que ha estado en la ciudad. Ya he aprendido a no ver cosas donde no las hay. Me ayuda a no desilusionarme luego si no sale bien.
—Yo podría añadirme a su lista también —murmuró Melisa.
Vanesa se rio a carcajadas.
—Le voy a decir a Gabriel eso que acabas de decir.
Melisa la fulminó con la mirada.
—No, no lo harás. Es el código de amigas. Lo que se dice entre amigas, se queda entre amigas.
—Cierto —coincidió Vanesa—. Pero es divertido meterse contigo.
—Además, yo tengo más que de sobra con Gabriel. Puedo mirar. A mis ojos no les pasa nada, ni a mis hormonas, mejor dicho. Pero no tengo ningún deseo de tocar a ningún otro hombre —dijo con descaro.
—¿Es posible enamorarse a primera vista? —preguntó Belen con tristeza—. Tengo treinta años y nunca me he enamorado. Obviamente no estuve enamorada de mi marido. Me preocupa que Sergio me haya abrumado y que me haya enganchado a él porque se sintiera tan atraído por mí. Yo solo me pregunto si hubiera respondido de la misma forma que lo hice con Sergio pero con cualquier otro tío.
Paula alargó la mano para darle un apretón a la de Belen.
—Pues claro que es posible. Ocurre más de lo que piensas. Y tienes que dejar de martirizarte con ese primer matrimonio. Las cosas malas pasan, pero se sale de ellas. Ahora ya toca pasar página y darte la oportunidad de encontrar la felicidad.
—Yo no lo habría dicho mejor —dijo Vanesa—. Y Juan jura que se enamoró de mí la primera vez que me puso los ojos encima. Y por lo que nos cuentas de Sergio, parece que él también ha caído muy rápido.
Melisa le echó un brazo a Belen por los hombros.
—Ve a por él, nena. Pásatelo bien. Si funciona, perfecto. Si no, nos tendrás a nosotras para desahogarte. Eso sin mencionar a Pedro y a los chicos, que le darían una paliza a Sergio si te hiciera daño.
Vanesa sonrió; también estaba de acuerdo. Incluso los ojos de Belen brillaban de diversión.
Paula no dijo nada ya que sabía muy bien que Pedro haría precisamente eso. Las palabras de Melisa eran solo eso: palabras. Pero Pedro no vacilaría en ir tras cualquiera que hubiera lastimado a una persona por la que se preocupaba. Ya se lo había demostrado.
—Tienes razón —dijo Belen—. Debería intentarlo. Pasármelo bien. Estoy dándole demasiadas vueltas. Él seguramente quiera algo de acción mientras esté aquí, y ya que es la bomba en la cama, eso no es problema. Solo espero no volverme una quejica llorona cuando se vaya.
—A lo mejor no se va —dijo Paula encogiéndose de hombros—. Parecía bastante interesado en ti anoche y por lo que nos has contado de él, no parece que solamente seas una vagina andante para él.
—¡Vagina andante! —dijo Melisa a carcajadas—. Te voy a robar eso, que lo sepas. ¡Qué risa!
—Creo que tienes razón —concordó Vanesa—. Yo también pensé eso cuando conocí a Juan la primera noche. ¡Nunca soñé con que pondría la ciudad patas arriba para encontrarme! Y digamos que una vez me encontró, ya me quedó claro. No es que no tuviéramos nuestros problemas, pero él tenía la mente puesta en que duráramos.
—¿Y qué tal tú y Pedro? —preguntó Belen, cambiando el centro de atención hacia Paula—. Nunca he visto a mi hermano tan encima de una mujer. No es que hayamos pasado mucho tiempo juntos, ya lo sabes, pero lo habría sabido si se hubiera quedado con una misma mujer durante un largo período de tiempo.
—¡Un largo período de tiempo! —exclamó Paula con una risa—. Solo estamos juntos desde hace apenas dos semanas.
—Está enamoradito perdido —dijo Melisa, solemne—. Confía en mí, lo sé. Él y Juan siempre se habían tirado a las mismas mujeres, y no era siempre todo de color de rosa. Yo conocí a su último lío. —Hizo una mueca y se aclaró la garganta—. No me refiero a ti, Vanesa. Quiero decir antes de ti. Oh, joder, otra vez estoy metiendo la pata.
Las mejillas de Vanesa se volvieron de color rosa, pero Paula se rio.
—No, Vanesa. No pasa nada, de verdad. Me gusta que podamos hablar de ello y que no dejemos que sea incómodo entre nosotras. De verdad, es mejor así.
Belen parecía estar completamente perdida, pero las otras no la pusieron al día.
—En fin, como iba diciendo —dijo Melisa—, antes de que metiera la pata. Conocí al último rollo de Juan y Pedro. Ellos me llevaron a cenar y yo os juro que ella nos siguió hasta allí. No podía haber sido casualidad. El sitio no era para nada su estilo, si sabéis a lo que me refiero. Estábamos en un pub comiendo nachos y otras cosas de picar, y ella apareció como si fuera alguien y montó una escenita.
De camino, me insultó a mí porque asumió que era su sustituta.
Le entró un ligero escalofrío mientras dijo lo último.
—No fue muy bien, ¿verdad? —dijo Vanesa con una sonrisa.
Melisa se encogió.
—No. Eh… digamos que no se tomó muy bien el mensaje de «hemos terminado». Y he sacado este tema porque Juan y Pedro se han estado tirando a las mismas mujeres durante mucho tiempo. Y de repente, Juan conoce a Vanesa y eso se acaba. Y luego Pedro te conoce a ti y es obvio que su etapa de beneficiarse a chicas aquí y allá ha terminado también. He estado con él durante muchos años, y nunca se ha quedado con la misma mujer durante tanto tiempo como contigo, Paula.
—Me alegro de saber eso —murmuró Paula.
—¿Y estás enamorada de él? —preguntó Belen—. ¿Debería preguntarte qué intenciones tienes con mi hermano?
Todas se rieron y Paula levantó las manos.
—Anoche fui dulce, ¡os lo prometo!
—No has respondido a la pregunta —señaló Melisa.
Paula suspiró.
—Sí, estoy enamorada de él. No se lo he dicho. Quería asegurarme de que fuera en el momento adecuado. Suena muy estúpido, pero no quiero soltárselo a la ligera cuando estemos teniendo sexo, ni tampoco quiero decírselo cuando esté haciendo algo verdaderamente tierno por mí porque quiero que sepa que lo digo de corazón y no por el calor del momento.
—¿Él te ha dicho que te quiere? —preguntó Vanesa suavemente.
Paula hizo una mueca.
—No.
—La quiere —dijo Melisa con resolución—. No tengo ninguna duda. Dios santo, nena, me pone los pelos de punta ver cómo te mira.
Belen asintió; también estaba de acuerdo.
—Además de que se puso hecho una fiera con mi madre cuando montó una escena en el restaurante y te dijo todas esas cosas horribles. Pensé que iba a estrangularla, ¡aunque tampoco le hubiera intentado parar los pies!
Todas se rieron otra vez y luego las interrumpió el camarero al traer su comida. Durante los siguientes minutos, comieron y se rieron y hablaron de chicos, de sexo, y… bueno, de más sexo.
Paula no recordaba habérselo pasado tan bien nunca. Todo era muy… perfecto. Tenía a Pedro, y aunque solamente lo tuviera a él, ya se sentía inmensamente feliz. Pero ahora, además, también tenía unas amigas verdaderamente buenas. Le gustaban de verdad. Eran genuinas, tenían unos corazones enormes y no tenían ni un pelo de falsas.
¿Qué más podía pedir? Ahora también era una artista de éxito; ¡querían más de su trabajo! Y qué si era solamente una persona. Solo hacía falta una. Quienquiera que fuese se había enamorado de sus cuadros lo suficiente como para comprarlos todos en el mismo momento en que los llevara a la galería. Y ahora tenía grandes amigas y un hombre al que adoraba, que, estaba bastante segura, la adoraba a ella también.
A lo mejor no le había dicho las palabras todavía, pero Paula confiaba en que Pedro fuera el elegido.
Las palabras saldrían. Ya había empezado a hablar de su futuro juntos como si fuera algo dicho y hecho. ¡Incluso le había dicho que tendría un anillo de compromiso! ¡Y niños!
Ningún hombre que no estuviera pensando a largo plazo hablaría de anillos de compromiso y bebés.
Se recostó contra la silla con un suspiro, permitiéndose disfrutar de una copa de vino con las otras chicas. ¿Y por qué no? Al fin y al cabo tenía a alguien que la llevaba a casa.
Una hora más tarde, las chicas se despidieron y subieron a sus respectivos coches para dirigirse a casa. Paula se ofreció a llevar a Belen ya que ella había ido caminando al restaurante antes, y ambas se pasaron el camino de vuelta al apartamento de Belen hablando.
—Hoy me lo he pasado bien —dijo Belen cuando se pararon frente a su edificio—. Muchas gracias por invitarme hoy y anoche, Paula. De verdad que me lo he pasado genial.
—De nada —dijo Paula con una sonrisa cariñosa—. Yo también me lo he pasado muy bien.Tenemos que quedar así de forma más regular.
—¡Por supuesto! —dijo Belen mientras salía del coche.
—¡Y mantenme informada sobre Sergio! —gritó Paula a su espalda.
Belen se giró, levantó los pulgares y le sonrió de forma exagerada.
Paula se acomodó en el asiento trasero y le mandó un mensaje a Pedro diciéndole que iba de vuelta al apartamento. Le había dicho que iba a comer con las chicas y él le había respondido que se lo pasara bien y que le avisara cuando fuera de camino a casa. A lo mejor él podía salir temprano del trabajo.
La excitación recorrió toda su espina dorsal mientras atravesaban la ciudad. No recordaba la última vez que se había sentido tan… feliz. Tan despreocupada y completamente satisfecha con la dirección que estaba tomando su vida.
Cuando llegaron al edificio del apartamento de Pedro, ella se bajó y le dio las gracias al conductor.
Cuando se dirigió al interior, el portero, que estaba al teléfono, puso la mano sobre el auricular y la llamó desde el otro lado del vestíbulo.
—Señorita Chaves, le llegó un paquete mientras estuvo fuera. Está en mi mesa. ¿Se lo llevo al apartamento?
Paula sonrió.
—No, no pasa nada. Es pequeño, ¿verdad? Ya lo cojo yo.
Había pedido varios pinceles nuevos y sabía que llegarían hoy.
—Está en la oficina. Deme un segundo e iré a buscarlo.
—Oh, no hace falta —dijo—. Termine su llamada. Iré yo y ya me lo llevo.
—¡Señorita Chaves! —la llamó desde atrás.
Ella se adentró en la pequeña oficina donde se guardaban los paquetes pendientes de ser entregados y miró hacia la mesa donde se encontraba uno pequeño. Con una sonrisa, se acercó y se lo guardó debajo del brazo. Cuando se dio la vuelta para salir, sus ojos se posaron en varias pinturas
cubiertas apoyadas contra la pared más alejada.
Frunció el ceño porque una de ellas no estaba totalmente cubierta y era extremadamente parecida a una de las suyas.
¿Pero qué podrían estar haciendo aquí?
Se acercó precipitadamente sin importarle lo más mínimo meter las narices donde no la llamaban.
Quitó el envoltorio y ahogó un grito. ¡Eran sus pinturas!
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