viernes, 5 de febrero de 2016
CAPITULO 23 (TERCERA PARTE)
Pedro se quedó mirando impasiblemente al rostro ensangrentado de Martin Cooper, que se encontraba tirado en el suelo, mientras los otros hombres que lo acompañaban permanecían separados de la escena, alertas y vigilando que nadie los fuera a descubrir.
Pedro dobló y estiró los dedos de las manos repetidamente para aflojar la tensión de sus nudillos.
Los guantes estaban rotos en una mano y llenos de sangre del otro hombre.
—Te olvidas de que Paula Chaves existe, ¿entendido? Si me entero de que estás a menos de un kilómetro de distancia de ella, lo lamentarás.
Martin asintió y escupió la sangre que tenía en la comisura de los labios.
—Lo entiendo. Joder, ella no vale tanto.
—Respuesta equivocada, gilipollas. Ella vale esto y más. Más de lo que te puedas siquiera imaginar. Es mía ahora y yo protejo lo que es mío. Y si se te ocurre ir a la policía como ella debería haber hecho cuando le pusiste las manos encima, haré de tu vida un infierno. Te estaré vigilando,
Cooper. No lo olvides nunca. Si intentas crear problemas por esto, te arruinaré. No te quedará nada. Y si no te crees que tenga el dinero, el poder y los contactos necesarios para hacer que ocurra, solo ponme a prueba. Cuando termine contigo, estarás viviendo en la calle sobre un cartón y pidiendo dinero para poder comer.
Martin asintió de nuevo, el miedo y el pánico brillaban en sus ojos. Era una rata cobarde y patética.
Pedro soltó la camisa de Martin y lo dejó en el suelo donde se quedó jadeando en busca de aire.
Unos suaves gemidos de dolor se le escapaban por la maltrecha boca.
—Esto es lo que tú le hiciste a ella, maldito cabrón —dijo Pedro marcando con furia cada palabra pronunciada—. La golpeaste y la dejaste en el suelo mientras le seguiste pegando. Considérate afortunado por lo que te he hecho. Olvídate de mi advertencia e iré a por ti con tal fuerza que solo sabrás que estoy ahí cuando te hayas meado en los pantalones. Y lo que es más, te estaré vigilando, Cooper. Si me entero de que le vuelves a poner la mano encima a cualquier mujer, caerás hasta lo más hondo de este mundo.
—Tenemos que irnos —dijo uno de los hombres en voz baja—. Dijiste solo unos pocos minutos. Es peligroso quedarnos aquí mucho más tiempo.
Pedro asintió.
—Ya he terminado con este gilipollas.
Pedro y los otros se giraron y dejaron a Martin en el suelo junto al edificio en el que lo habían acorralado. Era el camino que tomaba cada noche y, por suerte para Pedro, estaba bastante apartado de las calles principales. Aun así se había arriesgado sobremanera. Si la persona equivocada los
descubría, el infierno se desataría sobre él. No podía permitirse ser visto, no se podía permitir tener ningún testigo que pudiera contrarrestar su coartada si Martin decidía ser estúpido e iba a la policía.
Se levantó el cuello de su abrigo largo, uno del que se desharía y no volvería a usar nunca más, uno que había comprado específicamente para esta noche. Satisfecho de que su rostro estuviera cubierto por el gorro que se había bajado y de que las solapas le taparan las mejillas, se alejó apresuradamente y dejó a Martin tumbado en el suelo, donde parecería que había sido víctima de algún robo. Pedro
había estado más que dispuesto a dejar que los otros tíos se llevaran lo que quisieran.
Pedro le pasó al hombre de su derecha un fajo de billetes y le dio las gracias.
—Sin problema, Alfonso —murmuró C. J.—. Si nos necesitas, ya sabes dónde encontrarnos.
Pedro asintió y se alejó en la dirección opuesta a ellos cuando llegaron a una calle principal. Se encontraba solo a unas cuantas manzanas del edificio que albergaba las oficinas de HCA y tenía que apresurarse para volver a tiempo antes de que las cámaras volvieran a estar operativas. Cogió su teléfono móvil, la llamada aún estaba activa, y se lo llevó al oído. Aún la tenía en silencio, pero la
dejó así para que no se escucharan los sonidos de la calle.
Escuchó cómo Juan lideraba la conversación sin darle oportunidad a Pedro a que interviniera para nada. Cuando llegó a la puerta del edificio, entró precipitadamente y asegurándose de que no lo reconocían. Se metió en unos servicios de la primera planta y guardó el abrigo en la bolsa de deporte que llevaba y se quitó la gorra. Después de mirarse en el espejo y asegurarse de que no tenía ningún
rastro de sangre en la piel, desactivó el botón de silencio en el teléfono y se dirigió al ascensor.
Unos pocos minutos más tarde se encontraba en la puerta del despacho de Juan haciéndole un gesto al otro hombre al que habían pagado para que se moviera. Intercambiaron chaquetas, el otro hombre desapareció rápidamente y Pedro se unió a la tapadera, agradeciéndole a los inversores por su tiempo y contestando algunas preguntas de última hora. Juan lo miró interrogante, sus ojos lo observaban como si estuviera calibrando si había algún indicio de lo que había hecho o no.
Pedro simplemente asintió en su dirección mientras terminaban la llamada.
Un largo silencio se instaló entre ellos antes de que Juan finalmente decidiera romperlo.
—¿Algún problema?
Pedro negó con la cabeza.
—No. Todo perfecto. El cabrón llevará los moratones durante más tiempo que Paula. Y se lo pensará dos veces antes de volver a levantarle la mano a otra mujer.
—Me alegro de que todo haya acabado. Esto me estresa, tío. Me encantaría saber cuándo cojones has conocido a los tipos que contrataste para el trabajo. Dios, y más aún, ¿cómo conociste a los tipos que se encargaron del problema que tenía Vanesa con el hombre al que Jeronimo le debía dinero?
Pedro se encogió de hombros.
—¿Importa? No son gente a la que invitaría a cenar, ni tampoco gente a la que ni tú, ni Gabriel ni especialmente nuestras mujeres necesiten conocer nunca.
Juan suspiró.
—Solo me hace preguntarme en qué mierdas has estado metido que yo no sepa.
—Nada ilegal —contestó Pedro arrastrando las palabras.
—Hasta ahora —dijo Juan con voz queda.
—Hasta ahora —coincidió Pedro—. Pero tenía que hacerse. No voy a permitir que nadie se meta con mi mujer. No dudaré en volver a hacerlo si alguna vez fuera necesario.
Juan se levantó y soltó el aire que tenía guardado en los pulmones en una exhalación profunda.
—Estoy listo para volver a casa con mi mujer, y estoy seguro de que tú también. —Sus ojos volvieron a recorrer a Pedro de pies a cabeza con la preocupación reflejada en ellos—. ¿Estás bien, tío?
—Sí, estoy bien. Ese maldito cabrón no me tocó. Me duele la mano, pero no es nada serio.
Juan sacudió la cabeza.
—Larguémonos de aquí y asegurémonos por nuestro bien de que nos ven salir juntos.
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Me encanta cómo se lo cobró Pedro, excelentes los 3 caps.
ResponderEliminarSe vengó Pedro, pero no creo que el otro se quede de brazos cruzados... Muy buenos capítulos!
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