miércoles, 10 de febrero de 2016

CAPITULO 40 (TERCERA PARTE)




Paula pasó una noche horrible dando vueltas y vueltas en la cama hasta que finalmente se rindió y se sumergió en la pintura. Por primera vez, los colores vivos no vinieron. No había nada mínimamente alegre en la escena que había pintado. Era oscura, gris. Y exhibía una tristeza que ella misma no se había percatado de haberla filtrado en el lienzo.


Al amanecer, sus hombros se combaron, tensos y doloridos debido a las horas que se había pasado pintando. Cuando le echó un vistazo a la pintura, se encogió de dolor. Era una clara imagen de su estado de ánimo. Miserable.


Paula a punto estuvo de manchar el cuadro con más pintura para estropearlo, pero se contuvo. Sus manos temblaban antes de finalmente añadir su firma, su característica P, en la esquina inferior de la derecha.


Era una pintura honesta. Y también muy buena. Solo era diferente de cualquier otro de los trabajos que hubiera hecho antes. A lo mejor este se parecía más a la línea de lo que los demás querían. A lo mejor la gente no quería su diversión viva y erótica.


Mientras miraba fijamente al cuadro, el título le vino a la cabeza. Lluvia en Manhattan. No era particularmente original, pero le iba a su estado de ánimo aunque fuera hiciera una perfecta mañana primaveral. Los edificios de su pintura eran altos y sombríos, y estaban delineados por la lluvia y el cielo encapotado. También se dio cuenta de que el edificio representado en el lienzo era el de Pedro.


Suspiró y se levantó al mismo tiempo que estiraba sus músculos agarrotados. Entró dando tumbos en la cocina para prepararse un café. Gracias a Dios que aún tenía un bote en el armario. Tendría que volver a reponer de provisiones su apartamento. Había tirado a la basura todos los alimentos perecederos cuando se mudó, y solo había dejado unos cuantos productos. Y uno de ellos era el café.
Necesitaba pasar de las tazas e ir directamente a por una infusión de cafeína intravenosa.


Con una taza humeante en la mano, volvió al salón y subió las persianas para dejar que la luz de la mañana entrara por las ventanas. Fuera las calles estaban silenciosas, apenas empezando a volver a la vida con el tráfico del día.


A ella siempre le había encantado su apartamento. El alquiler le costaba un buen pico, eso sí, y se dio cuenta de que tendría que mudarse a algún sitio más barato. El dinero no le había caído del cielo.


No había ningún cliente al que le hubiera enamorado su trabajo y que fuera a comprar cualquier cuadro que llevara a la galería.


Tenía que ir y hablar con el señor Downing para dejarle claro que si continuaba exponiendo sus cuadros no podría vendérselos a Pedro. Probablemente no le aceptara nada más ya que estaba rechazando al que debía ser su mejor cliente. ¿Pero cómo podía confiar en que Pedro no fuera a comprarlos bajo un seudónimo, uno que ella no pudiera rastrear?


Sí, tendría que mudarse, reorganizar sus prioridades y pensar en las opciones que tenía. Tendría que diseñar más joyería y ponerlas a la venta en su página web. La web había languidecido desde que se había mudado con Pedro, ya que toda su atención la había acaparado la pintura. Pero necesitaba el dinero que conseguía de las joyas. Cuando las producía regularmente, vendía regularmente. Su arte
tendría que estar en un segundo plano de forma temporal hasta que consiguiera el dinero suficiente como para pensar qué nueva dirección tomar con sus cuadros.


El señor Downing le había dicho que le faltaba visión y enfoque. Que era muy dispersa y le faltaba coherencia. Evidentemente tenía razón. ¿Pero cuál podría ser su nuevo enfoque? Si a la gente no le gustaban los cuadros alegres y vivos que ella creaba, entonces tendría que replantearse su visión de las cosas.


No debería ser demasiado difícil pintar cosas más depresivas y sombrías como la que había pintado esta mañana. No iba a olvidarse de Pedro en un día, una semana, o ni siquiera un mes. Lo amaba. Se había enamorado perdidamente de él. El antiguo refrán sobre jugar con fuego se le vino a la cabeza. Ella claramente había jugado, se había lanzado directamente a las llamas, y como
consecuencia se había chamuscado.


Sacudió la cabeza, se terminó el café y depositó la taza en la mesita auxiliar. Tenía que volver al trabajo y a lo mejor dibujar una pieza para acompañar a su Lluvia en Manhattan. Podría llevárselos entonces al señor Downing y ver si pensaba que esos se venderían mejor que sus anteriores pinturas.


¿Si no? Plan B. Fuera cual fuese.


Miró su teléfono móvil, que había puesto en silencio, y se debatió entre si debería ir a mirar las llamadas perdidas y los mensajes, o no. Seguidamente suspiró. Nadie la llamaría. 


Excepto a lo mejor Pedro, y no quería pensar en él ahora. Se resistió a la tentación de mirar los mensajes —si es que había alguno— y volvió al trabajo, decidida a terminar otra pieza.


Pintar un cuadro normalmente le llevaba días. Cambiaba de parecer sin parar y se fijaba hasta en el último detalle, por muy pequeño que fuera. Pero hoy simplemente estamparía la pintura en el lienzo y no pararía hasta que estuviera terminado. ¿Y qué si no era perfecto? No es que su detallismo la hubiera llevado muy lejos antes.


Sacudió la cabeza. Dios, sonaba como una imbécil quejica y compadecida de sí misma. Ella no era así, y tampoco iba a cambiar para serlo. No era de las que se rendían. Ella nunca había tirado por tierra su sueño. Su madre la había obligado a jurarle que no iba a rendirse. Y de ningún modo iba a defraudar a su madre o a sí misma.


Trabajó durante horas, sin parar, mientras el sol subía cada vez más y más en el cielo y la luz se colaba por su ventana. 


Llegó a un punto en el que tuvo que cerrar las persianas porque se sentía demasiado expuesta a los que paseaban por la calle. Se había percatado de que un par de tíos no
dejaban de pasar frente a su piso para ver si podían seguir viéndola pintar. Y pintar era algo privado. Incluso más ahora que estaba volcando su corazón y su tristeza en el lienzo.


Le había dado los últimos retoques al cuadro cuando alguien llamó a la puerta. Ella se quedó paralizada y el desaliento comenzó a correrle por las venas. ¿Estaba Pedro aquí? 


Había sido bastante claro y cortante en que le daría la noche para pensar pero que no iba a rendirse e iba a luchar por ella y por su relación juntos. Él había querido que ella pensara en ello, pero al final había dejado apartado todo el tema y se había puesto a trabajar.


Se levantó y las manos le temblaron. Podría ignorar la puerta, pero no era una cobarde. Y si Pedro había venido hasta aquí, lo mínimo que podía hacer era decirle que necesitaba más tiempo. Espacio.


Con el corazón latiéndole a mil por hora, se limpió las manos y se encaminó hasta la puerta.


Respiró hondo y la abrió. Parpadeó de la sorpresa al percatarse de que no había sido Pedro el que llamaba a su puerta. ¿Era decepción lo que sentía? Se quitó la idea de la cabeza y se quedó mirando sin decir ni una palabra a Melisa y a Vanesa, que llevaban expresiones decididas en sus rostros.


—Estás horrible —dijo Melisa sin delicadeza—. ¿Has dormido siquiera?


—Esa es una pregunta estúpida, Melisa. Es evidente que no —dijo Vanesa.


—¿Qué estáis haciendo aquí? —preguntó Paula sin apenas voz.


—Para responder a la que será tu próxima pregunta, no, Pedro no nos ha enviado —dijo Melisa con firmeza—. Y para responder a tu primera pregunta, estamos aquí porque vamos a obligarte a comer con nosotras y no pienses siquiera en decirnos que no.


Paula se quedó boquiabierta. Vanesa se rio.


—Es mejor que te vengas por las buenas,Paula —dijo Vanesa, con la risa aún patente en su voz—. Melisa es muy decidida y asusta un poco cuando se le mete algo en la cabeza. Estoy segura de que Gabriel corroborará ese hecho.


Melisa le dio un codazo a Vanesa y gruñó. A pesar de todo, Paula sonrió y el alivio se le instaló en los hombros.


—¿Me podéis dar un minuto para que lo limpie todo? He he… estado trabajando —terminó sin convicción.


—Claro —trinó Melisa.


—Entrad —dijo Paula apresuradamente—. Sentaos. Está todo un poco desordenado. No he desempaquetado nada todavía, y, como os he dicho, he estado trabajando.


—¿Esos son tus cuadros nuevos? —preguntó Vanesa suavemente cuando entraron en el salón.


Melisa y Vanesa se habían quedado mirando fijamente las dos pinturas que acababa de terminar.


Paula se pasó las manos por los pantalones y asintió.


—Son muy buenos —dijo Melisa—. Hay mucho sentimiento en ellos. —Giró sus ojos llenos de compasión hacia Paula—. Y es obvio que estás molesta.


Paula no sabía qué responder a eso.


—Yo… eh… vengo en un minuto, ¿de acuerdo?


Melisa y Vanesa asintieron y Paula se precipitó hacia el cuarto de baño para asegurarse de que estuviera presentable. Cuando se miró en el espejo, hizo una mueca. 


Con razón le habían dicho que estaba horrible. Lo estaba de verdad.


Se echó agua en la cara y rápidamente se aplicó la base de maquillaje y los polvos. Se pintó las pestañas con una máscara suave y luego se puso brillo de labios. No iba a ganar ningún concurso de belleza, pero al menos no parecería tan vacía ni demacrada. Aunque lo cierto era que ni todo el maquillaje del mundo podría ocultar las sombras oscuras que tenía debajo de los ojos.


Cuando volvió al salón, Melisa y Vanesa la estaban esperando y la sacaron rápidamente del apartamento hasta llevarla al coche que se encontraba aparcado al final de la calle.


Los dos tíos que Paula había visto antes llamaron su atención una vez más y ella frunció el ceño.


Sin duda alguna, eran hombres enviados por Pedro


Para observarla, aunque le hubiera jurado que le daría al menos una noche para pensar. Paula negó con la cabeza. 


Pedro hacía las cosas a su manera.


Como siempre. En el fondo, suponía que era bueno que aún la estuviera protegiendo, pero su confianza en él estaba rota. Lo que debería parecer protección, ahora simplemente era otra señal más de lo controlador que realmente era.


—Habríamos invitado a Belen también, pero nos preocupaba que fuera un poco incómodo ya que es la hermana de Pedro —dijo Melisa con una voz grave ya una vez dentro del coche.


Paula se encogió de dolor. De acuerdo, evidentemente sabían de su ruptura con Pedro y no la estaban simplemente invitando a ir a comer como si todo fuera normal.


Vanesa deslizó su mano por encima de la de Paula y le dio un apretón.


—No estés así, Paula. Todo irá bien. Ya lo verás.


Las lágrimas ardían bajo sus párpados, pero ella intentó con todas sus fuerzas evitar venirse abajo.


—No estoy segura de que nada vaya a ir bien otra vez.


—Irá bien —dijo Melisa con fiereza—. Puedes contarnos qué ha pasado mientras comemos. Luego buscaremos la manera de darle una patada en el culo a Pedro.


Vanesa se rio y Paula la miró con perplejidad.


—Pero Ash es vuestro amigo —dijo Paula—. ¿No estáis enfadadas conmigo por romper con él?


—Tú eres nuestra amiga —dijo Melisa—. Pedro no es la única conexión que tenemos contigo, Paula. ¡Y las mujeres debemos mantenernos unidas! Estoy segura de que sea cual sea el problema es culpa de Pedro.


—Por supuesto —dijo Vanesa lealmente—. Gabriel y Juan la han pifiado tantas veces que es completamente lógico que Pedro lo haga también. Al fin y al cabo, es un hombre.


Paula se rio aunque tuviera los ojos anegados en lágrimas.


—Ay, dios. Os quiero, chicas.


—Nosotras también a ti —dijo Melisa—. Ahora vayamos a comer algo rico y que engorde y critiquemos a los hombres.


Diez minutos más tarde, las tres se encontraban sentadas en un pequeño pub no muy lejos del apartamento de Paula. Tras pedir lo que iban a almorzar, Mia se le echó encima.


—Y ahora, danos los detalles. Todo lo que nos han dicho Gabriel y Juan es que rompiste con Pedro y te fuiste de su apartamento y que Pedro se emborrachó como nunca anoche.


Paula se encogió de dolor y se llevó las manos a la cara.


—Oh, dios. No sé qué hacer. Por un lado estoy enfadada y dolida y un montón de otras cosas más. Pero por otro, me pregunto si me habré excedido.


—¿Qué ha pasado? —preguntó suavemente Vanesa.


Paula suspiró y luego les relató toda la historia de principio a fin, sin omitir nada. Ni el hecho de que Pedro hubiera mandado que la siguieran, ni de que hubiera comprado las joyas de su madre o insistido para que se mudara con él tras el suceso con Martin, y por último, tampoco el haber descubierto que él había sido quien había comprado todos sus cuadros.


—Guau —dijo Melisa echándose hacia atrás en su silla—. Diría que me sorprende, pero suena muy a Pedro.


—También a Gabriel y Juan —señaló Vanesa—. Son muy decididos cuando quieren algo.


—Cierto —admitió Mrlisa—. Otra cosa no, pero persistentes sí que lo son.


Vanesa asintió.


—¿Me he pasado? —preguntó Paula—. Una parte de mí me dice que sí, mientras que la otra está dolida. Lo que quiero decir es que estoy enfadada también, pero más que eso, me siento destrozada.


—No te has pasado, Paula —dijo Vanesa.


Melisa se volvió a echar hacia delante con una expresión seria mientras miraba fijamente a Paula.


—Entiendo por qué estás molesta. Pero escúchame, Paula, y no lo digo para hacerte daño. Solo para dejar algo claro. Pedro podría tener a cualquier mujer que quisiera. Tiene, literalmente, a miles de mujeres en una larga cola esperando su oportunidad con él. Pero él te quiere a ti.


Vanesa asintió con rapidez.


—Entiendo totalmente lo que dices de que te ha quitado tu independencia y de cómo lo que hizo te ha anulado los logros que con tanto esfuerzo has conseguido. Pero la cosa es que los hombres son imbéciles. No tienen muchas luces. Pedro quería ayudarte. Los hombres como Pedro solo conocen una forma de hacer las cosas. La suya. Pero, Paula, él estaba muy orgulloso de ti. Alardeó de todo el talento que tienes con Pedro y con Gabriel, e incluso conmigo y con Vanesa. No creo que él tuviera la más
mínima intención de hacerte el daño que te ha hecho. Él vio la forma de ayudarte, de apoyarte económicamente y de darte ese sentimiento de realización. Puede que no lo haya hecho de la mejor manera, pero sus intenciones eran buenas. De verdad lo creo. Es solo que Pedro es muy intenso, pero tiene un corazón enorme. Y evidencia de eso es que ha ayudado a su hermana, que siempre se ha comportado fatal con él durante años. Y a pesar del hecho de que en su familia todos son unos imbéciles, no les ha dado la espalda por completo nunca.


—Yo tuve un montón de conflictos conmigo misma por el hecho de que Juan me quisiera —dijo Vanesa con voz queda—. Me desconcertaba que hubiera puesto la ciudad patas arriba buscándome tras aquella primera noche y que se tomara tantas molestias para ayudarme y apoyarme
económicamente. Él, al igual que Pedro, podría haber tenido a cualquier mujer que hubiera querido. Pero me quería a mí. Al igual que Pedro te quiere a ti. Podemos quedarnos aquí sentadas y analizarlos e intentar entenderlos, pero al fin y al cabo, ellos quieren a quien quieren y al parecer esas somos nosotras. Y Juan cometió un montón de errores también, pero los solucionamos y me alegro de haberlo
hecho, porque me hace muy feliz. Nunca había tenido una relación así con ningún otro hombre. Y tampoco querría tenerla.


—Así que creéis que estoy haciendo una montaña de un granito de arena —dijo Paula con arrepentimiento.


Melisa sacudió la cabeza.


—No, cariño, no. Creo que obviamente es algo importante para ti y también creo rotundamente que Pedro debería saber eso y debería reconocer que lo que ha hecho está mal. Pero al mismo tiempo, ¿es algo por lo que no podrías perdonarlo? ¿De verdad lo que ha hecho ha sido tan terrible? Sus intenciones eran buenas aunque al final todo saliera mal.


Y ahí estaba. Todo resumido. ¿Lo que había hecho era de verdad tan imperdonable? Por supuesto que tenía el derecho de enfadarse, ¿pero mudarse? ¿Romper? Esas cosas eran muy… permanentes.


Ella volvió a esconder el rostro entre las manos.


—Ay, dios. Sí que me he pasado.


Vanesa deslizó una mano por su espalda.


—Debería haberme enfrentado a él, sí, pero exageré totalmente mi reacción. No debería haber hecho lo que hice. Ahora estará muy enfadado conmigo, ¡y no lo culpo!


—No estará enfadado contigo, Paula —dijo Melisa con suavidad—. Simplemente se alegrará de tenerte de vuelta.


Ella negó con la cabeza con tristeza.


—Es peor de lo que piensas. Dijo… —suspiró—. Dijo que me amaba y yo se lo eché en cara. Le dije cosas muy feas. Como que no podía saber si lo estaba diciendo solamente para manipularme.


—¿Ha sido la primera vez que te lo ha dicho? —preguntó Vanesa con tacto.


Paula asintió.


—Entonces es comprensible que hayas reaccionado de ese modo —dijo Melisa—. ¿Tú lo quieres?


—Oh, sí —dijo Paula en voz baja—. Estoy total y locamente enamorada de él.


Vanesa sonrió abiertamente.


—Ahí lo tienes. Los dos os queréis. Podéis solucionar esto. 
Él te perdonará y tú lo perdonarás.


—Haces que parezca muy fácil —murmuró Paula—. Me comporté como una idiota histérica. No me puedo creer que fuera hasta su oficina y le dijera las cosas que le dije. Ojalá tuviera algún botón para rebobinar en el tiempo y poder hacer las cosas de otra manera.


—El amor no es perfecto —dijo Melisa—. Todos cometemos errores. Gabriel, Juan, yo, Vanesa. Y ahora tú y Pedro. No debería ser perfecto, sino lo que vosotros queráis que sea. Y podéis hacer que sea muy especial, Paula. Ve y habla con él. O llámalo. Haz las cosas bien y dale una oportunidad para que también haga las cosas bien.


Parte del peso que tenía sobre los hombros remitió. La esperanza se apoderó de Paula y con ella el pensamiento de que esto no era el final. Nada de lo que Pedro había hecho era imperdonable. Ella cometería errores, sin duda. Pero creía con absoluta certeza que Pedro sería mucho más comprensivo con sus errores que ella con los de él.


—Gracias, chicas —dijo mientras sonreía de alivio—. Voy a volver a casa, voy a ducharme y luego llamaré a Pedro con la esperanza de que no esté demasiado enfadado como para escuchar mi disculpa.


Melisa le devolvió la sonrisa.


—Seguro que te escuchará. Vamos. Es hora de irse. Te llevaremos de vuelta a tu apartamento.


Paula negó con la cabeza.


—Gracias, pero iré caminando. Necesito tiempo para reorganizar mis pensamientos. Quiero hacer las cosas bien.


—¿Estás segura? —preguntó Vanesa.


—Sí. No está muy lejos y me dará la oportunidad de conseguir el coraje necesario para llamarlo.


—Está bien, pero prométeme que nos mandarás un mensaje a mí y a Vanesa para decirnos qué tal ha ido —exigió Melisa.


—Lo haré, lo prometo. Y gracias de nuevo. Significa mucho para mí que hayáis estado dispuestas a patearle el trasero cuando me conocéis de tan poco tiempo.


Melisa sonrió.


—¿Para qué están las amigas?


Paula se levantó, las abrazó a ambas con fuerza y prometió mandarles un mensaje cuando solucionara las cosas con Pedro. Luego salió del pub con ellas y esperó a que las chicas se montaran en el coche antes de despedirse de ellas con la mano.


Colocándose el bolso sobre el hombro, comenzó a caminar en dirección a su apartamento. Sus pensamientos eran un torbellino, pero la emoción y el alivio reemplazaron la desolación que había sentido antes.


Ahora solo esperaba que Pedro la perdonara y que de verdad la amara.









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