miércoles, 3 de febrero de 2016

CAPITULO 17 (TERCERA PARTE)





—Quiero que lleves mi collar, Paula —dijo Pedro en voz baja.


Paula se giró entre sus brazos, sorprendida ante la brusca declaración. Los dos estaban tumbados en el sofá del apartamento de Pedro; una mañana relajada tras haber hecho el amor y haber dormido una pequeña siesta antes. 


Tras haberse despertado de nuevo, Pedro le había traído el desayuno a la cama y luego la llevó al cuarto de baño donde le lavó cada centímetro de su piel y de su pelo en la ducha.


La secó, le peinó el pelo y luego la envolvió en una bata antes de llevársela al salón, donde se habían quedado en el sofá desde entonces.


Pedro la miró con intensidad como si estuviera calibrando su respuesta. Su mirada se movió por todo su rostro pero luego volvió a centrarse en sus ojos.


—Sé que llevaste el de Martin. También sé que no significó nada. Significa algo para mí, Paula. Quiero que signifique algo para ti también.


—De acuerdo —susurró.


—Quiero elegirlo especialmente para ti. No lo tengo todavía, pero lo haré. Y cuando lo tenga, quiero que lo lleves. ¿Lo harás por mí?


Ella asintió, ya imaginándose llevando su collar con pleno conocimiento de lo que significaría para él.


—Tenemos mucho de lo que hablar hoy —continuó—. Muchas cosas que necesitamos solucionar. Preferiría quitármelo de encima todo hoy para que así podamos avanzar en la relación sabiendo lo que necesitamos saber. Y sabrás lo que necesitas saber.


—De acuerdo, Pedro. Estoy preparada.


Él la apretujó entre sus brazos con la satisfacción reflejándose en sus ojos.


—Significa mucho para mí que confíes en mí. Especialmente tras lo que te pasó con ese gilipollas. Yo nunca te haré daño de esa forma, Paula. Puede que no estés completamente segura ahora mismo, pero lo sabrás pronto.


—Sé que no me harás daño —dijo al mismo tiempo que bajaba su boca hasta la de él—. Confío en ti, Pedro. De verdad. No lo digo por decir. Tienes que saber lo difícil que todo esto es para mí, pero me siento bien con mi decisión. Sé que es la correcta. Eso no me lo tienes que demostrar.


—Sí, sí que tengo que hacerlo —la refutó—. Todos los días. Tengo que demostrar todos los días lo que significarás para mí. Ese es mi trabajo. Y lo lograremos. Sabes… tú eres importante para mí. Voy a asegurarme de que lo sepas todo el tiempo.


Ella se inclinó y apoyó la cabeza sobre su hombro al mismo tiempo que se acomodaba sobre el cuerpo de él. Se sentía muy bien pegada contra él. Su cuerpo era tan sólido y fuerte que no tenía que hacer mucho para que se sintiera segura. 


Ya lo hacía con el simple hecho de estar cerca de él.


—Lo primero que tenemos que discutir son los exámenes médicos y el sistema anticonceptivo que vamos a usar.


Ella volvió a levantar la cabeza con una ceja arqueada a modo de interrogación.


—No quiero usar condones. No contigo. Quiero poder correrme dentro de ti, sobre ti. Y para que podamos hacer eso, tienes que tener algún otro método anticonceptivo y también necesitamos hacernos unas pruebas para saber que ambos estamos limpios, aunque te lo diré ahora, Paula. No estoy seguro de lo que hiciste con Martin, pero yo siempre uso condones. Siempre. Y ha pasado bastante desde la última vez. No desde…


Se paró y sacudió la cabeza.


—Eso vendrá en un momento.


Paula ladeó la cabeza.


—¿El qué vendrá?


—Las circunstancias por las que tuve sexo la última vez con una mujer —dijo Pedro con voz seria —. Llegaré ahí, pero ahora hay otras cosas que necesitamos hablar y dejar claras.


La forma en la que lo había dicho la preocupó. Frunció el ceño, pero Pedro levantó el brazo y le rodeó la nuca con la mano para atraerla hacia él de manera que pudiera posar sus labios sobre su frente.


—Martin y yo usamos condones —dijo en voz baja—. Él es el único hombre con el que he estado en dos años. Y ya estoy tomándome la píldora.


—¿Tienes suficiente con mi palabra o quieres una copia de la última prueba médica que me hice? —preguntó Pedro.


Ella frunció el ceño, preguntándose si aquello tenía alguna clase de trampa. Si decía que quería una copia de su informe médico, ¿parecería que no confiaba en él? ¿Le estaba preguntando si confiaba en él tan pronto? Pero si no lo pedía, si decía que su palabra era suficiente, sería dar un paso enorme.


Y su vida era demasiado importante como para tomar esa clase de riesgos.


—Me gustaría tener una copia —dijo.


Él asintió sin parecer para nada molesto por su petición.


—Me aseguraré de que la tengas esta tarde.


—¿Y yo qué? —preguntó ella—. ¿Quieres que me haga una prueba? La última vez que vi a mi médico fue hace tres meses. Obviamente he tenido sexo desde entonces.


—Concertaré la cita para esta tarde.


Ella abrió los ojos como platos.


—No puedo conseguir una cita con mi médico tan rápido.


—Recurriremos al mío. Él te verá —dijo con confianza.


Paula asintió.


—Ahora tenemos que discutir nuestra relación aquí. En este apartamento.


—De acuerdo.


Paula no había querido que sonara vacilante, pero las cosas parecían mucho más simples en lo abstracto. Ahora que estaban entrando en los detalles específicos, se encontraba nerviosa e inquieta.


—No hay otra forma de hacer esto más que a lo brusco —dijo Pedro con voz tranquilizadora—. Sé que estás nerviosa, pero lo hablaremos todo y luego nos pondremos de acuerdo.


Ella respiró hondo y luego asintió.


—Este apartamento no es práctico para coger el transporte público. Lo cual es bueno, porque yo preferiría tener la seguridad de que estás segura cuando salgas de aquí. Lo cual significa que mi chófer me llevará al trabajo por las mañanas y me recogerá por las tardes. Entre esas horas, volverá aquí y estará a tu disposición. Pero, y no es que sea un cabrón controlador, quiero saber adónde vas, cuándo
vas, y quiero saber que estás segura mientras haces lo que quieras hacer.
»Ahora tenemos que solucionar el tema de tu apartamento y coger todo lo que necesites de allí. Te lo traerás aquí, todo lo que necesites. Tengo una oficina y dormitorios extra. Puedes usar cualquier espacio que quieras para pintar o dibujar. Pensé que el salón podría ser la mejor opción simplemente
porque tendrás más luz y tendrás la vista del río.


Paula se sintió mareada. Como si todo a su alrededor se estuviera moviendo a velocidad supersónica mientras ella se quedaba ahí de pie conmocionada, intentando digerirlo todo.


—Querré y necesitaré que seas flexible, porque cuando llegue a casa todos los días, te querré aquí.
Lo cual significa que me mantendré en contacto contigo y tú harás lo mismo conmigo. Mi horario varía. Algunos días llegaré a casa más temprano, y esos días te lo haré saber. Otros llegaré más tarde.
Si viajo, aunque por ahora no tengo planes inmediatos de ningún viaje, voy a querer que te vengas conmigo. ¿Puedes lidiar con eso?


Ella inspiró y luego sonrió agitadamente.


—¿Tengo elección?


Pedro se paró por un momento.


—No. Esas son mis expectativas.


—Bueno, entonces supongo que estaré en casa cuando vengas —dijo con ligereza.


Pedro soltó la respiración y los hombros se le hundieron ligeramente del alivio, como si hubiera esperado a que se negara. Paula se preguntaba qué habría hecho si se hubiera echado atrás. ¿La habría echado? ¿O habría intentado comprometerse a cambiar esas expectativas?


Le había admitido con muchísima rapidez la necesidad que tenía de ella. La deseaba sin lugar a dudas. ¿Pero cuán inflexible era en realidad? Tenía curiosidad, pero no estaba preparada para enfrentarse a él. Aún no. No por algo que en realidad no le molestaba. Cuando llegara el momento en
que propusiera algo que ella no podía aceptar, entonces sí que pondría a prueba los límites de su nueva y reciente relación.


—Para poder entender mejor tus… expectativas. Básicamente quieres que esté aquí cuando tú lo estés. O donde tú estés. Y quieres que te diga adónde voy y cuándo y dónde. Y quieres que te ponga al día con frecuencia.


No le sonaba tan exigente a ella, parecía razonable. Ella no quería que se preocupara por ella. No quería ser una distracción para él. Si se preocupaba —y era obvio que lo hacía— quería hacer todo lo que pudiera para aliviar ese estrés.


—Sí —dijo él con los ojos llenos de más determinación—. Pero, Paula, tienes que entenderlo.
Haces que suene algo ligero, pero no lo es. Me enfadaré si no lo haces bien. No se trata de decirme un «lo siento, me olvidé completamente de decirte dónde iba» y luego todos felices. Espero que me lo digas todo.


—De acuerdo, Pedro —dijo en voz baja—. Lo entiendo.


Él asintió.


—Ahora, hay cosas que tienes que saber sobre mí. No quiero que todo esto salga más tarde y te sorprenda o te haga sentir incómoda. Es mejor que lo sepas todo desde el principio para que puedas lidiar con ello y no se convierta en un problema luego con el tiempo.


Ella arqueó una ceja. Parecía muy serio, como si fuera a soltarle un pedazo de bomba encima a punto de estallar. 


Quería bromear con él y preguntarle si estaba a punto de admitir ser un asesino en serie, pero estaba demasiado serio y no apreciaría su intento de quitarle importancia al asunto. Así que se quedó en silencio, esperando a escuchar lo que él tenía que decirle.


Él se enderezó un poco hacia arriba, hizo una mueca durante un momento y luego se inclinó hacia delante para poder poner un cojín entre su espalda y el brazo del sofá. Paula se sentó más adelante para que él tuviera espacio pero luego él le rodeó la cintura con una mano y la atrajo sólidamente contra él para que estuviera una vez más acurrucada contra su cuerpo.


—Cualquier conversación seria que tengamos será teniéndote entre mis brazos para así poder tocarte —dijo—. Nunca separados en la misma habitación. Eso no me hará feliz. Te advierto ahora que si te enfadas conmigo y estamos discutiendo, no vas a poner distancia entre nosotros.


Ella sonrió contra su pecho. Eso sonaba bien para ella. Una de las cosas que más le habían disgustado de Martin era su indiferencia para con ella, la distancia —la distancia emocional— que había entre ellos. Martin era más un tipo de sentarse separados y luego discutir. Y lo que es más, la
única vez que él la tocaba era cuando tenían sexo. No era expresivo ni afectivo. Y Pedro no parecía ser capaz de mantener las manos separadas de ella ni dos segundos. A Paula eso le gustaba. Le gustaba mucho.


—¿Va a ser esto una discusión seria? —preguntó, sin poder evitar mostrar el deje burlón en su voz.


No había ninguna duda de que Pedro radiaba seriedad en ese momento. Y estaba empezando a asfixiarla. Necesitaba quitar hierro al asunto, aunque solo fuera por un breve segundo. No estaba en su naturaleza tomárselo todo con tanta seriedad. Pedro era un tío intenso. Quizás al final sí que se relajaría a su alrededor, o a lo mejor siempre sería así… pensativo y serio en lo que a ella se refería.


Su abrazo se volvió más fuerte alrededor del cuerpo de Paula.


—Sí. Es seria. Todo lo que se trate de mí y de ti es serio. Entiendo que parezca muy fuerte, especialmente hoy que lo estamos sacando todo fuera. No siempre será así de… intenso. Pero hoy, sí. Necesito sacar fuera todo lo que pueda hacerte daño en un futuro porque eso sí que no toleraré que
ocurra.


Ella frunció el ceño otra vez y se impulsó hacia arriba para poder mirarlo a los ojos. Estaba tan serio y decidido… con ella. Observaba cada reacción que tenía.


—¿Qué es,Pedro? —preguntó—. ¿Qué es lo que piensas que me va a hacer daño?


Él suspiró.


—No sé si lo hará o no, pero podría si no lo entiendes desde el principio. Yo lo único que quiero es que no te pille por sorpresa. Si estás preparada y lo sabes todo, entonces no tendrá el poder de cogerte desprevenida ni con la guardia baja.


Paula levantó la mano para tocarle el mentón y le recorrió con los dedos la ligera barba incipiente que llevaba. No se había afeitado esta mañana, así que el rubio oscuro formaba una sombra sobre su barbilla.


—Entonces cuéntamelo. Lo entenderé.


Él le cogió la mano y se la besó, acercando los labios a su palma.


—Juan Crestwell es mi mejor amigo. Tanto él como Gabriel Hamilton. Pero Juan… compartíamos un vínculo. Gabriel es mi mejor amigo, sin duda. Pero Juan y yo siempre habíamos tenido una amistad más cercana. Él es mi hermano en todos los sentidos de la palabra. Confío en él. Siempre me guarda las espaldas y yo las de él. Siempre. Solíamos compartirlo todo, y con eso me refiero también a las mujeres. He tenido muchos tríos con Juan durante todos estos años.


Ella arrugó la frente y alzó las cejas mientras se lo quedaba mirando a los ojos. Y pensar que había estado preocupada por tener que compartirlo con otras mujeres. Eso sí que no se lo había esperado. No se podía imaginar a Pedro, tan posesivo como era, queriendo que ella tuviera sexo con otro hombre mientras él miraba o participaba en la acción. Y lo que es más, no era algo que ella quisiera.


—¿Es eso…? Quiero decir, ¿eso es lo que tú quieres hacer conmigo? ¿Compartirme con otro hombre?


—Joder, no.


La negación fue explosiva. Las palabras salieron de su boca como una ráfaga de aire que sintió en su barbilla. El alivio la invadió con fuerza y se relajó mientras esperaba a que continuara.


—No lo entendía entonces —murmuró—. Cómo Juan era con Vanesa. No lo entendía, pero ahora sí.


—Estoy perdida —dijo ella con paciencia—. No entiendo de lo que estás hablando.


—Como he dicho, Juan es mi mejor amigo. Él está saliendo ahora con Vanesa. Están comprometidos. Los veremos mucho. Quiero compartirte con ellos… como amistades, quiero decir.
Ellos son importantes para mí y tú eres importante para mí también, así que pasaremos tiempo con ellos. Y lo que necesito que sepas es que al principio, la primera noche que Juan y Vanesa estuvieron juntos, yo estaba con ellos.


Ella abrió los ojos como platos.


—¿Aún… tienes… tríos… con ellos?


Pedro sacudió la cabeza.


—No. Juan no lo quería ni siquiera esa primera vez, pero yo no lo sabía por entonces. Es un lío muy complicado, pero lo que necesitas saber es que he tenido sexo con Paula. Y la verás a ella. Y a Juan. Y no quiero que sea incómodo para ti. Ya lo era bastante las primeras veces que estábamos todos
juntos después de esa noche, pero ahora lo hemos superado. Vanesa ya está bien y Juan también. No es un tema que suela salir, pero está ahí. Y no quiero que te haga daño cuando la mires y sepas que he tenido sexo con ella. Porque no hay nada ahí, Paula. Nada más que una profunda amistad. Vanesa es una mujer estupenda. Creo que te gustará. Pero no es ninguna amenaza para ti.


—Lo entiendo —dijo en voz baja—. Valoro que me lo hayas contado y que hayas sido directo conmigo. Puedo ver perfectamente lo incómodo que habría sido, especialmente si no lo llego a saber y de alguna forma meto la pata o algo.


Pedro centró su mirada en ella y la estudió atentamente.


—¿Va a suponerte un problema pasar tiempo con una mujer con la que me he acostado y de la que me preocupo mucho?


—No si me dices que no debería suponerme ningún problema.


Él sacudió la cabeza.


—No, no es un problema. Como he dicho, no entendía lo que Juan sentía en ese momento. Su posesividad en todo lo relacionado con Paula. Nunca habíamos tenido ningún problema entre nosotros por ninguna mujer, nunca ha habido ninguna que nos importara. Pero ahora sí que lo entiendo porque sé que yo no quiero compartirte con nadie, y especialmente con mi mejor amigo aunque este estuviera soltero y no tuviera una relación. Y referente a los otros hombres, eso es algo por lo que nunca tendrás que preocuparte. He tenido tríos con Juan y otra mujer. Muchas veces, no te voy a mentir. Nos hemos tirado a incontables mujeres a lo largo de los años. No es algo de lo que me sienta orgulloso pero tampoco me quita el sueño. Es lo que es. Pero no habrá tríos contigo, Paula. Solo seremos tú y yo. Yo voy a ser el único hombre que te haga el amor de ahora en adelante.


Todo sonaba tan inapelable, y al mismo tiempo Paula sabía que solo eran palabras. ¿Cómo podían ser algo más? Se conocían desde hacía muy poco. Solo habían tenido sexo una vez, y él hablaba como si tuviera la última palabra. 


Como si fueran algo permanente y estuvieran inmersos en una relación a largo plazo.


Y aunque ella no dudaba de su palabra, o incluso la suya propia, no había forma alguna de que pudiera mirar al futuro con ninguna autoridad todavía. Había demasiados «¿Y si?».


—Ahora dime lo que piensas —la animó.


Paula sonrió.


—No estoy segura de saber cómo esperabas que reaccionara, Pedro. ¿Pensaste que cambiaría de parecer porque has tenido sexo perverso con un puñado de mujeres? ¿Qué tienes, treinta y cinco años? ¿Treinta y seis? No es realista pensar que no hayas tenido aventuras.


—Tengo treinta y ocho. Casi treinta y nueve —la corrigió.


—Bueno, de acuerdo, pues tienes treinta y ocho. Yo te acabo de contar que he tenido una relación, y sexo, con un hombre apenas hace unas semanas. No puedo echarte en cara a ti el haber tenido relaciones similares.


—Pero nosotros no veremos al hombre que te has estado follando todo este tiempo —señaló Pedro.


Ella suspiró.


—No diré que vaya a ser divertido mirarla y compararla mentalmente conmigo o imaginarme siquiera a ti y a tu amigo haciéndole el amor. Pero lidiaré con ello, Pedro. Y si es tan simpática como dices que es, entonces me gustará y espero que podamos ser amigas. Solo tendré que evitar torturarme imaginándote a ti con ella en la cama.


—Solamente ocurrió una vez —dijo con brusquedad—. No quiero que pienses en ello cuando estemos todos juntos. Porque cree esto, Paula: no importa quién estuviera en el pasado, tú eres mi presente y mi futuro. Y esas otras mujeres no tienen nada que hacer contra ti.


Una sonrisa se dibujó en los labios de Paula y se inclinó hacia delante para apoyar su frente contra la de él.


—Entonces, haré todo lo que pueda para no pensar en ello.


—Bien. Ahora ya casi es la hora del almuerzo y aún tenemos que dejar solucionado lo de tu apartamento. ¿Quieres que comamos algo ahora y luego nos pasemos por tu apartamento para que puedas traerte todas tus cosas para pintar? Si haces una lista con todo lo que necesitas mientras
estemos allí, haré que alguien vaya y lo traiga aquí. No quiero que te preocupes por nada más que instalarte en mi piso.


—Eso suena bien —dijo ella.


Pedro la besó con ansia.


—Ya tendremos tiempo de quedar con los demás. Por ahora, te quiero toda para mí. Estoy tentado de llamar al trabajo el lunes y cogerme toda la semana libre para estar contigo.


El corazón le dio un vuelco. Era un plan tentador. Toda una semana en la cama de Pedro, entre sus brazos.


—Desafortunadamente, con Gabriel en su luna de miel y todas las transacciones que tenemos abiertas actualmente, Juan y yo no podemos faltar.


—Lo entiendo —dijo Paula con facilidad—. Yo también tengo trabajo que hacer.


—Me gusta la idea de que trabajes en mi espacio —murmuró—. Cuando esté en la oficina, tú estarás aquí. Me gusta esa imagen. Y luego estarás aquí cuando llegue a casa. Sin ropa, Paula. Te llamaré cuando esté de camino cada día, y cuando llegue aquí, te quiero desnuda y esperándome. A menos que te diga algo diferente, así es como lo quiero.


—De acuerdo —susurró Paula.






2 comentarios:

  1. Excelentes los 5 caps. Me encanta cómo Pedro le deja las cosas claras desde un principio a Pau jajajaja.

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  2. Muy buenos capítulos! No la deja ni pensar Pedro! y encima ella no le cuestiona nada! jajaja

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